Los monjes de San Millán fueron fieles al lema benedictino “fecit ecclesias et plantavit vineas”
Aunque el director de Viticultura de Bodegas Luis Cañas, Rubén Jiménez, reconoce tener poca información acerca de la variedad Benedicto y considera errónea una buena parte de la publicada hasta la fecha, asume como un reto “actualizar entre todos ese conocimiento”. Tal es “la ilusión que nos ha hecho el descubrimiento” -asegura-, enmarcado en un proyecto de recuperación de variedades minoritarias y de selección de clones de las principales variedades tradicionales. “Iniciamos el proyecto en el año 2016 y hemos tenido la suerte de identificar más de 30 variedades, entre las que destacan unas cepas de Benedicto, la madre del Tempranillo, con las que en el año 2019 pudimos elaborar el primer vino monovarietal de Benedicto”.
A buen seguro, cualquier monje respondería a la pregunta sobre la procedencia de los ‘viduños’ que se cultivaban en su monasterio citando la Biblia: “los caminos del Señor son inescrutables”. Lo diría incluso alguien tan avezado en el conocimiento del vino y la bodega monacal como el riojano Gonzalo de Berceo, primer poeta de la lengua castellana y miembro de la comunidad de monjes emilianenses de San Millán de la Cogolla en el Siglo XIII, monjes que destacaban por su fiel cumplimiento del lema benedictino “fecit ecclesias et plantavit vineas”. Como es bien sabido, las órdenes monásticas jugaron un importante papel en la conservación y expansión de la viticultura en el Norte de España durante la Baja Edad Media. De hecho, el monasterio de San Millán de la Cogolla, convertido en una referencia histórica universal por ser cuna del castellano, llegó a acumular grandes posesiones por aquella época, convirtiéndose en uno de los mayores propietarios de viñedos.
Fueran o no, como se dice, la siesta y el champán dos aportaciones decisivas de los benedictinos a la civilización, lo cierto es que la difusión de las órdenes monásticas de Cluny y el Císter permitió que los esquejes de las cepas borgoñonas y sus técnicas de cultivo y vinificación viajaran por toda Europa y fructificaran en los campos riojanos en los albores del segundo milenio. La fundación de monasterios a lo largo del Camino de Santiago en los Siglos X y XI estuvo indefectiblemente unida a la expansión del cultivo de viñedo en el entorno de cada nuevo cenobio, algo de cuya importancia daba fe el mencionado lema de las órdenes religiosas que habían adoptado la Regla de San Benito.
Tanto ir y venir de las diferentes variedades de vid por todos los territorios del mundo conocido podía justificar el desconocimiento de los orígenes de cada una y convertir incluso en ‘inescrutable’ el camino que han seguido hasta hoy. Inescrutable hasta que llegaron ellos, los científicos, para poner las cosas en su sitio, datar fechas con el carbono 14 y componer árboles genealógicos a base de estudiar la genética, estudio que permitió a un equipo del Instituto de Ciencias de la Vid y el Vino determinar en 2012 que las variedades Albillo Mayor y Benedicto fueron las progenitoras del Tempranillo hace 500 años.
Hasta que estos estudios genéticos demostraron lo contrario, era frecuente vincular el Tempranillo con la variedad Pinot Noir por la similitud del ciclo vegetativo, lo que sustentaba la teoría de un posible origen borgoñón y que los monjes cistercienses o de Cluny habrían sido los responsables de importar los esquejes de la variedad y diseminarlos por los monasterios fundados por estas órdenes monacales a lo largo del Camino de Santiago.
Además de que resulte más o menos obvia la relación del nombre de la variedad ‘Benedicto’ con las órdenes monásticas benedictinas, como nos confirma la experta filóloga de la Universidad de La Rioja Aurora Martínez Ezquerro –“quizá por extensión se le ha puesto ese nombre, son desplazamiento semánticos muy frecuentes en ese ámbito”-, lo que sí podemos interpretar a la exclusiva luz de nuestra imaginación es cómo el Tempranillo ha podido heredar a través de los genes de su progenitor algo tan intangible como el significado etimológico de la palabra ‘Benedicto’. “Bien dicho, buenas palabras” es según Aurora su significado, “etimología que aporta connotaciones positivas como producto bien elaborado, artesano, siguiendo las costumbres de los monjes”. Una buena uva para un mejor vástago.
La sonrisa franca de Juan Luis Cañas cuando explica en una entrevista al Blog de Rioja Alavesa que “este viaje lo iniciamos para ver si en la investigación encontrábamos algo que no hubiéramos visto nunca y que pudiera ser interesante para el futuro de la vitivinicultura riojana” corrobora “la enorme ilusión y especial motivación” que les ha dado el hallazgo de las 17 cepas de Benedicto, tal como apuntaba el responsable de viticultura Rubén Jiménez. “Todas estas variedades y clones son muy diferentes entre sí, prueba de la gran diversidad genética que había en el viñedo y que debemos intentar preservar, ya que en el futuro pueden ser una alternativa frente al cambio climático”.
Benedicto, progenitor del Tempranillo hace más de 500 años, aparece en el viñedo riojano (I)