La Universidad de La Rioja y Bodegas Franco Españolas han presentado el libro 125 años. Bodegas Franco-Españolas, testigo de la historia de Logroño, con el que culmina el trabajo de un grupo de investigadores –dirigido por José Luis Gómez Urdáñez, catedrático de Historia Moderna- para recoger no solo la historia de la bodega sino los hitos más importantes de la transformación industrial de Logroño y de la historia del vino.
Bodegas Franco-Españolas conmemora en 2015 el 125º aniversario de su fundación y, en el marco de sus celebraciones, el año pasado firmó un contrato OTRI para el desarrollo de un proyecto de investigación en el que han participado José Luis Gómez Urdáñez, Sara Bustos, Emma Juaneda y César Luena.
El libro se presentó el 22 de octubre en Bodegas Franco-Españolas dentro de la actividad De Tertulia del Ateneo Riojano y lo hará en la Universidad de La Rioja el jueves 4 de noviembre.
Hace 125 años –cuando Fréderic Anglade y Alejo Lépine decidieron construir una bodega moderna en Logroño- la ciudad vivía una de las épocas más prósperas de su historia: la bodega se sumaba a logros modernizadores como el puente de hierro –que se acababa de inaugurar-, la Tabacalera, la fábrica de conservas de Trevijano (la mayor de España), el instituto de Enseñanza Media o la Beneficencia.
El ferrocarril y el fruto de los viñedos (Varea, El Cortijo, la Isla, San Quintín, Valparaíso, Recajo –término donde se levanta Franco-Españolas- o Barrigüelo) daban a Logroño la oportunidad de aprovechar la demanda de vinos que desde Burdeos llegaba hacía más de veinte años. Haro la había aprovechado, pero no Logroño, donde Franco-Españolas iba a ser la única bodega moderna durante mucho tiempo.
La construcción del edificio central y las dos primeras naves a sus costados duró menos de un año. Las cubas recibieron las primeras uvas en 1891. El Diario La Rioja (recién nacido), recogió la noticia y dio cuenta de que la vinificación ya no se hacía por maceración carbónica («como en tiempos de Noe»), sino por los «modernos métodos» bordeleses.
Diez años después, Anglade decidió asociarse con capitalistas bilbaínos –Larrumbide, Ugalde, Escondrilla- y crear una sociedad anónima en la que aparecena accionistas logroñeses como Pedro de la Riva, Perfecto García Jalón, Salvador Aragón, etc. La filoxera ya estaba en Haro y de las dos naves previstas una se construyó en 1902 y la otra, en 1921. Franco Españolas fue la bodega primera en suministrar a sus proveedores de uva la planta injertada sobre patrones americanos.
Tras la muerte de Anglade en 1906, le suceden el conde de Venancourt y A. Duyperon como principales accionistas, pero entre los logroñeses están Vicente Rodríguez Paterna o Enrique Herreros de Tejada. Al cumplirse los veinte años previstos para renovar la sociedad, todos los miembros del consejo de administración eran españoles, entre ellos el conde de Romanones.
Los años veinte fueron realmente felices: pasada la filoxera, aumentaban las exportaciones, Alfonso XIII visitó las bodegas en 1925 y Primo de Rivera concedió a Rioja el primer Consejo Regulador de España. Era el logro histórico de los riojanos.
Los graves problemas económicos que atravesó la II República repercutieron en el vino y la Guerra Civil lo arruinó todo. En EE UU la Ley Seca fue derogada en 1933 y los vinos de Franco-Españolas fueron los primeros en exportarse, pero la Guerra lo interrumpió. El resurgir no llegó hasta la década de los cincuenta y el mercado norteamericano no volvería a ser un objetivo hasta mediados de los sesenta.
La dura postguerra es de decadencia en la bodega. Hilario de la Mata y Sáenz de Calahorra se hace con el mando, cuyas sucesivas ampliaciones de capital provocaron la entrada de pequeños accionistas –algunos puramente testimoniales-, pero que denotan la popularidad que llegaron a adquirir las Bodegas en los años sesenta.
Antonio Larrea, al mando del Consejo Regulador, logró con tesón imponer su modelo: para que la gente no emigrara y viviera del campo, había que exportar. En unos años, el Rioja se hizo presente en todo el mundo. Franco-Españolas logró los mejores resultados de su historia con Rolf Hieronimi y Josette Cordier, la mítica cosecha de 1964 o la de 1970, que marca un hito –junto con la Ley del Vino de 1970- en la historia de los vinos españoles.
Tras las pésimas cosechas de 1971 y 1972, Franco-Españolas se puso a la venta, lo que causó asombro en el sector. En manos de Ruiz Mateos la bodega era una empresa más en el entramado del holding. El final de Rumasa al frente de la entidad es consecuencia de la intervención del gobierno socialista y supone la llegada a las bodegas de la familia Eguizábal, actualmente propietaria.
El padre de Marcos Eguizábal vendía vino antes de la guerra y él había comprado una bodega en Tudelilla, que elaboraba unos cuatro millones de kilos de uva. Su fortuna provenía de la construcción y de los cultivos bajo plástico en Almería, pero cedió a la tentación de volver a La Rioja como un gran bodeguero en años buenos para el sector. Rioja logró en 1991 la Denominación de Origen Calificada.
Eguizábal era el presidente del CD Logroñés, en Primera División, y el Consejo Regulador, dirigido por Angel Jaime Baró, concedía el Premio Prestigio de Rioja a los que iban a ser premios nobeles Camilo José Cela y Mario