Raquel Pérez Cuevas. CEO grupo Ontañon
Texto: Natalia Olarte / Redacción
Nació acurrucada por las viñas de su familia en Quel y con la naturalidad con la que en ocasiones la vida ofrece sus dones, el mundo del vino se convirtió en su pasión. Ingeniera agrónoma y enóloga, Raquel encarna el papel de una generación que entendió que la viticultura y la enología iban de la mano. Supo poner en valor sus raíces, colocando en el mapa internacional a su pueblo Quel.
– Vienes de una saga que se ha dedicado en cuerpo y alma al mundo del vino. Teniendo tan cerca desde niña un entorno vitivinícola, ¿puedes compartir con nosotros algún recuerdo relacionado con el vino que guardes con especial cariño
Son tantos que realmente me cuesta seleccionar alguno en concreto, te diré dos que me han marcado.
El primero de ellos lo comparto con mis padres y hermanos. En nuestra infancia, los sábados por la tarde teníamos por costumbre ir a las viñas y al monte. A nosotros nos gustaba el atletismo y entrenábamos corriendo por los caminos entre los majuelos. Mis padres iban en el coche por detrás. Luego merendábamos o cogíamos setas o, simplemente, paseábamos entre viñedos. Era increíble, era la felicidad…
Otro gran recuerdo relacionado con el vino es la suerte que tuve de poder cursar el Master de postgrado de la OIV vinculado a la Universidad de París Nanterre X. Durante casi dos años visité más de veinte países vitivinícolas, conocí bodegas, paisajes, terruños y personas… Una experiencia extraordinaria que me dio otra perspectiva. Vi en primera persona el trabajo de bodegueros a los que admiraba, establecí relaciones con gente del vino de todas partes del mundo con los que compartía prácticamente las mismas inquietudes. De hecho, algunos de ellos ya llevan más de una década trabajando en Ontañón Familia.
– Tu madre está considerada como una de los grandes referentes en Rioja, pionera en enoturismo ¿qué consejos te da?
Mi madre, Mari Luz, ha sido fundamental en nuestras vidas. Una mujer sencilla, trabajadora, discreta, pero dotada de un sentido de la determinación impresionante. Ella nos transmite valores y los ejemplifica. Saber escuchar, ser humilde, la constancia y la importancia que supone leer y viajar para aprender y aprehender; es decir, no sólo adquirir conocimientos sino hacerlos realmente tuyos y que te transformen.
Mis padres han trabajado muchísimo y prácticamente todos sus ingresos lo dedicaban a Ontañón, salvo un aspecto que no era negociable, nuestra educación. Recuerdo un día a mi madre diciéndonos: “Tal vez no tengamos demasiados lujos, pero en esta casa nunca faltará para un libro”. Ésa es la clave, la educación y la formación, y yo le añadiría: viajar y conocer mundo.
Como a tantas de su generación, a mi madre le ha tocado un tiempo sin altavoces, sin apenas eco para ellas. Estudió turismo, vivió en Inglaterra y en Francia. Habla inglés y francés. Estos conocimientos los aplicó para dar los primeros pasos de enoturismo en nuestra bodeguita original del Quel; sábados y domingos de visitas y catas. Gentes de todos los lugares y nuestra madre allí, abriendo las puertas a la inteligencia y a la sensibilidad. En aquellos tiempos, cuando las bodegas de Rioja eran espacios exclusivos de los profesionales, ella ya estaba convencida por su experiencia de que las personas que las visitaban se convertían en sus mejores embajadores.
– ¿Qué camino debe recorrer Ontañon para adaptarse a la actualidad sin perder la identidad?
Ontañón es una familia en todos los sentidos. Nace de una familia, la familia le da forma y la compañía en sí también se articula como una familia. Nuestra esencia es el inconformismo que nos hace buscar ser mejores cada día en todos los aspectos que tiene una bodega: campo, enología, enoturismo, comercialización, gestión. La calidad es consustancial a nuestra forma de entender el vino. Es como la anatomía de cepa, tiene unas raíces que no se ven pero que son fundamentales y la parte aérea con más elementos como: brazos, yemas, sarmientos, pulgares, hojas… Todos ellos han de vibrar en armonía para dar el mejor racimo. Lo mismo ocurre en Ontañón Familia.
– ¿Qué sueños te quedan por cumplir en el mundo del vino?
Ontañón en sí es un sueño, por su complejidad, por su belleza, por todo lo que tenemos por delante. Asistir al nacimiento de un vino, una viña vieja que nos conmueve o recuperar lugares emblemáticos para plantar. Mi sueño es Ontañón Familia, seguir aportando, aprender de mis padres y hacer el camino con mis hermanos.
También, en un futuro, me gustaría recopilar mis vivencias, anécdotas y aprendizajes vividos durante tantos años en este mundo del vino. Algo sencillo, algo que entregar a mis hijos; a mí me hubiera gustado tenerlo.
– Si tuvieras que aconsejar a las mujeres que vienen por detrás, ¿qué les dirías?
Es complicado porque cada persona es un mundo. Una vez elegido el camino que se desea recorrer, el valor de la constancia es fundamental. Creo en la gente brillante, pero creo más aún en la gente tenaz. Aprender es una decisión personal y disfrutar aprendiendo es algo que supera con creces cualquier valor material. Yo tengo tres hijos y he tenido que hacer compatible la familia con la carrera profesional. Y esto tiene un precio que es el sacrificio personal y ese límite es soberanía de cada mujer, de cada persona. Creo no nos debemos poner barreras ni tratar de demostrar que somos perfectas, la perfección no existe. Siempre he buscado comportarme y hacer las cosas con naturalidad. No creerte más ni menos que nadie e intentar aprender día a día. Siempre hay algo que aprender, hay que ser curiosa y hay que ser humilde