Mesa Redonda con Maite Quiroga, José Gil, Inma Escudero, Abel Mendoza y Javier Pascual en la entrega de premios del Concurso de Vinos de Fundación Caja Rioja
La voz de la experiencia de Abel Mendoza e Inmaculada Escudero, junto a la de jóvenes con el talento e ilusión de Maite Quiroga y José Gil, propició una interesante reflexión en torno a la evolución que han experimentado el tipo de vinos y de profesionales del sector vitivinícola riojano que han protagonizado el Concurso de Vinos de Fundación Caja Rioja durante tres décadas. En la mesa redonda celebrada con motivo de la entrega de premios de la edición 2024 se constató, en efecto, la espectacular evolución de este colectivo tanto en la calidad como en la presentación de sus marcas. Pero, sobre todo, se miró al futuro, porque ese era el objetivo fundamental de la iniciativa: que resulte motivacional para la incorporación al sector de un relevo generacional imprescindible para mantener el modelo de explotaciones familiares tan características de la DOCa Rioja.
Las experiencias aportadas por quienes comenzaron su actividad comercial de forma simultánea a los inicios del concurso a principios de los años 90 no edulcoraron su relato con las mieles del éxito actual, sino que mostraron con crudeza las dificultades que debieron afrontar. Abel asumiendo el reto de dar continuidad a la actividad de su padre, cosechero en una localidad con alta especialización, e Inma asumiendo el reto de abrirse camino con su pequeño negocio en un área de la DO que carecía de ese ‘ambiente’ y ‘cultura empresarial’ bodeguera.
La reivindicación planteada por Abel Mendoza de un espíritu luchador, inconformista, marca una senda cada vez menos transitada por los jóvenes en nuestra sociedad del bienestar. La imagen que transmite actualmente la figura de Abel y sus vinos resulta sin duda un referente aspiracional, pero frente a la tentación del atajo fácil, ejemplifica con la realidad de una trayectoria muy exigente. Sus inicios marcados por una especie de ‘¡basta ya!’ a situaciones de precariedad y dependencia económica como las vividas por su padre, cosechero que vendía su vino a otras bodegas. El recorrido iniciático, botella bajo el brazo, puerta a puerta, jalonado de esas duras lecciones que curten como los soles y madrugadas a pie de cepa. Bien arropado, eso sí, por su compañera de viaje Maite Fernández, detalle en el que coincidieron los cuatro participantes en la mesa redonda: en este negocio la melodía suena mejor si se toca a cuatro manos.
Para Inma Escudero, el certamen creado por la Fundación Caja Rioja ha representado un interesante estímulo para la mejora de la calidad de las elaboraciones y un apoyo importante para su comercialización. Esta bodega familiar de Alfaro, localidad que como recuerda Inma es la que mayor superficie de viñedo posee de toda la DO, comenzó su andadura en 1994 y su vino rosado de garnacha, variedad que reivindica con entusiasmo, se convirtió desde entonces en uno de los fijos del podio del concurso. Así como en las primeras ediciones eran vinos de San Vicente de la Sonsierra, Sotés y San Asensio los que se alzaban respectivamente con el primer puesto en tintos, blancos y claretes, resultado que encajaba perfectamente con el ‘cliché’ que en aquella época se tenía del tipo de vinos más característico de cada localidad, los cambios han permitido que hayan ganado mucho peso los vinos de una zona que hasta este siglo XXI apenas contaba en la comercialización de vinos embotellados.
La bodega que representa Maite Quiroga de Pablo es buen ejemplo de la profunda renovación de estas bodegas, tradicionalmente denominadas ‘de cosechero’, un término injustamente relegado que bien merece recuperarse. Aunque su peso específico en el volumen total de ventas de la Denominación sea muy pequeño, son bodegas que contribuyen al mantenimiento de la actividad económica en pueblos de la región que de otra forma pasarían a formar parte de la España vaciada. La visión comercial de Maite Quiroga apunta a horizontes lejanos, perfectamente equilibrados con el anclaje a la tierra, a su pueblo -Azofra en este caso- y con el respeto a la tradición heredada, por muy diferente que sea del nuevo enfoque de su proyecto. Desde los inicios del nuevo proyecto comercial de la bodega en 2018, su participación en el Concurso ha visto recompensado el excelente trabajo vitícola y enológico que están llevando a cabo.
José Gil, miembro de una familia de cosecheros de San Vicente que con frecuencia ha obtenido premios en el Concurso con el tinto ‘Viña Olmaza’, tras estudiar Enología emprendió su propio proyecto junto a su compañera Vicky hace una década. Un proyecto que apunta alto, tanto en el estilo de sus vinos como en su posicionamiento en precios, pero sin dejar por ello de pisar tierra firme. Este ‘alumno aventajado’, que podría encajar en el perfil de los jóvenes ‘sucesores-rupturistas’, dijo haber preferido identificar su imagen de marca con el término francés ‘Vigneron’, porque considera que su significado en español -‘cosechero’- está algo desprestigiado. Muestra un gran respeto por la diversidad de opciones y modelos empresariales que acoge la DOCa Rioja, pues piensa que todos son necesarios, pero muestra sobre todo confianza plena en el talento que atesora esta Denominación. Cree que el fruto del trabajo que están realizando otros jóvenes como él aún está por ‘eclosionar’ y servirá de revulsivo para el conjunto de la Denominación. También apunta una idea que contribuirá a ese relanzamiento, como es la de ‘compartir conocimiento’, uno de los nuevos valores que aporta la juventud a un sector tradicionalmente caracterizado por el secretismo.
Esta nueva generación de viticultores riojanos son los nuevos ‘cosecheros’ del Siglo XXI. Profesionales preparados al más alto nivel que han vuelto la mirada a los orígenes y están impulsando una oferta innovadora de vinos dotados con la personalidad de sus viñedos de procedencia. Una versión muy mejorada y, sobre todo, puesta en valor, de los ‘vinos de cosechero’ que hacían sus padres y que son la expresión más auténtica del terruño y de cada pueblo. Cuentan a su favor con el hecho de que estos conceptos hacen furor actualmente entre los gurús del vino y, como preveíamos hace una década, se han convertido en nuevas categorías reconocidas en el etiquetado de Rioja como ‘vinos de pueblo’ y ‘viñedos singulares’.