IN MEMORIAM
Texto: Javier Pascual, director de La Prensa del Rioja
La temprana despedida de Fernando Remírez de Ganuza, primero del negocio y ahora de la vida, nos ha hurtado la posibilidad de seguir nutriendo a la vitivinicultura riojana del conocimiento que era capaz de transmitir en cada frase, cada conversación, que tuvimos la suerte de compartir con él. Dotado de una de esas inteligencias naturales que han hecho grande el nombre de esta Denominación de Origen en todo el mundo, Fernando mostraba el más absoluto respeto por la tradición y por quienes la representaban. Asumía, por supuesto, el aura de innovador con que le definíamos desde la prensa, pues sus habilidades de buen comunicador le condujeron por esa senda desde el primer minuto de su trayectoria como bodeguero.
Recuerdo una reciente conversación en que le comenté los elogios que había recibido su Gran Reserva 2011, catado en compañía de una quincena de marcas ‘antiguas’ y ‘modernas’ de Rioja por un grupo de periodistas especializados. El perfil diferenciado de sus vinos, pioneros entre los denominados de ‘alta expresión’ en la segunda mitad de los años noventa, se encontraba ahora mucho más alineado con el de las prestigiosas marcas con que se codeaba en la cata. Le hice la observación de que probablemente estas marcas habían evolucionado en la dirección que él emprendió con su primera cosecha embotellada, la de 1992. Dando prueba una vez más de su visión y sensatez, Fernando reconoció que quienes, como él, habían dado el salto innovador de los noventa, tuvieron mucho que aprender de las bodegas clásicas sobre el arte de envejecer los vinos y utilizar las barricas de roble. “Todos hemos aprendido unos de otros”, me aseguró quien se ha hecho un hueco entre los históricos en las tres últimas décadas, convirtiendo en inapropiada esa tópica distinción ‘clásicos/modernos’. Y desde luego, para él representaba un motivo de orgullo y satisfacción que su marca pudiera considerarse ya una más de las ‘consagradas’ de Rioja.
Consciente de que carecía de raíces en la vitivinicultura y que los bodegueros con pedigrí podían pensar que era un ‘intruso pretencioso’, entendió muy bien la esencia del negocio del vino, tanto en su vertiente técnica como de imagen. Desde la humildad y la discreción, acometió la tarea de hacer realidad su sueño de crear una gran marca introduciendo novedades en su forma de trabajar la viña y la elaboración del vino (vendimia en cajas y primera mesa de selección). También fui testigo de su intuitiva capacidad para construir la imagen de marca que perseguía. Comenzó a elaborar en 1991 en torno a 150.000 kg de uva con el objetivo de comercializar unas 80.000 botellas de reserva y cuando todavía faltaban un par de años para que presentara sus vinos al mercado, Fernando explicaba ya con todo detalle su proyecto en una doble página publicada en el número de enero de 1994 de nuestra revista, publicación que repitió al año siguiente en la edición especial de Rioja Alavesa. Demostró siempre una gran visión comercial, valorando la importancia del marketing y la comunicación. Así consiguió ganarse las simpatías de famosos como Julio Iglesias e incluso el codiciado 100 puntos del mismísimo Robert Parker con su añada 2004, que le abrió las puertas del mercado estadounidense.
No se bien que sentido tendrá para un especialista en tierras como Fernando decir ‘que la tierra le sea leve’, pero estoy seguro que este navarro afincado en Logroño y con bodega y viñedos en la pequeña localidad riojano-alavesa de Samaniego, habrá sabido elegir para su última morada la mejor tierra, la de las promesas cumplidas y sueños hechos realidad, dejando atrás las tierras que amaba y los sueños rotos que también debió afrontar cuando perdió a su hija María.