Calidad y diversidad caracterizan una oferta creciente de vinos blancos de Rioja, con mucho margen de mejora
La mayor muestra de vinos blancos de Rioja reunida hasta la fecha permitió a los 24 líderes de opinión de la prensa especializada española que asistieron a la cata organizada por el Consejo Regulador comprobar la notable progresión que ha experimentado la oferta de vinos blancos de esta Denominación, tradicionalmente especializada y conocida por sus vinos tintos. Los 221 vinos blancos de 115 bodegas de Rioja presentados en la segunda edición de esta gran cata ciega, celebrada en la sede del Consejo los días 24 y 25 de abril, pusieron de manifiesto la visión de futuro con que el Plan Estratégico de Rioja 2005–2020 planteó el ambicioso objetivo de renovar la oferta de vinos blancos con la autorización de nuevas variedades.
Una década después comienzan a verse los frutos de una renovación que, a pesar de no realizarse al ritmo que exigía la evolución de los mercados, progresa adecuadamente, como se diría en términos académicos. Calidad y diversidad caracterizan una nueva oferta de vinos blancos que se fundamenta en la dilatada experiencia de viticultores y bodegueros riojanos, en su capacidad para innovar y adaptarse a las demandas de los consumidores, así como en el buen posicionamiento alcanzado por la marca Rioja tanto en España como en los mercados exteriores. En definitiva, Rioja cuenta con las mejores herramientas para impulsar una oferta de vinos blancos muy atractiva y con un futuro muy prometedor.
La impresión manifestada por los catadores fue en conjunto muy positiva, aunque es precisamente esa diversidad de vinos que se está consiguiendo lo que hace más difícil generalizar en las conclusiones. Son varias las perspectivas desde las que realizar el análisis de los resultados de la cata y, por tanto, diversas también las conclusiones que pueden extraerse. Mayoritariamente se valoró de forma satisfactoria la progresión experimentada por el nivel medio de calidad de los blancos de Rioja y se planteó como reto de futuro superar una asignatura pendiente: incrementar el número de referencias en la gama alta del mercado. Es una lástima que alguna de las marcas posicionadas en este segmento no estuvieran en la cata, pues seguramente hubieran modificado esa percepción de déficit. Lo cual no es óbice para reconocer que Rioja ‘necesita mejorar’ -por seguir con terminología académica-, incorporando un mayor número de marcas a esa élite de los grandes vinos, algo que está a su alcance, pues cuenta con un amplio margen de mejora. Solo así cambiará la percepción general que los especialistas tienen de los vinos blancos de Rioja cuando se valoran en el contexto de la oferta de vinos blancos de muy alta calidad que encontramos no solo en las regiones productoras con mayor prestigio internacional, sino también en la propia producción vitivinícola española.
La seguridad de la viura y la barrica
La mayoría de comentarios de los catadores resaltaron sobre todo el carácter diferencial de los vinos que potencian sus cualidades a través de su paso por barrica, vinos en los que la tradicional variedad viura sigue teniendo el mayor peso. Una reivindicación de esta variedad, que había sido en cierto modo ‘demonizada’ y culpada del escaso éxito de Rioja con sus vinos blancos. Sin que les falte algo de razón a los bodegueros que así lo creen (escaso perfil aromático y poco carácter con rendimientos altos), en el haber de esta variedad está su buena evolución en barrica y la complejidad que ofrece cuando las producciones son más cortas y de viñedos de más de 50 años. Debido a la prohibición de plantaciones que hubo en vigor desde finales de los años setenta, actualmente superan el medio siglo muchos de los viñedos de esta variedad, que ha llegado a monopolizar el panorama varietal de las blancas en Rioja (más del 85%) y que hace tres décadas contaba con unas 9.000 hectáreas, casi la cuarta parte del total del viñedo riojano. Pero frente a la expansión del cultivo de la variedad tinta tempranillo, el viñedo de uva blanca se redujo a menos de la mitad (4.000 hectáreas en 2015), perdiendo mucho peso en el conjunto de la producción.
Las preferencias mostradas por los catadores también suponen una reivindicación de lo que constituye el principal carácter diferencial de esta región vinícola y su seña de identidad: la crianza en barrica y la longevidad que sus vinos son capaces de alcanzar, muy notable en el caso de los blancos, como evidencian algunas marcas históricas. Es una singularidad que durante años no ha contado con el favor de la crítica, que ahora parece estar ‘redescubriendo’ el valor de estos vinos a juzgar por los resultados de algunos concursos y las puntuaciones otorgadas por las guías de referencia.
Una viña no se hace en cuatro años
Igualmente, se consideró que la apuesta por la innovación con más posibilidades de éxito venía de la mano de las variedades autóctonas con amplio potencial aromático, como la maturana blanca, la garnacha blanca o el tempranillo blanco y no tanto de las llamadas “variedades internacionales” (chardonnay, sauvignon blanc y verdejo). No parece la mejor estrategia intentar competir con estas variedades internacionales, que apenas presentan carácter diferencial entre una región y otra, en unos mercados saturados por una oferta a la que resulta difícil superar en calidad. Frente al fenómeno de la estandarización y de la globalización de los vinos, las variedades de uva autóctonas reúnen diversidad y tipicidad, lo que permite mantener la originalidad y diferenciación de los vinos. Es el caso de la variedad tempranillo blanco, fruto de una mutación genética descubierta en 1988 en una finca de Murillo de Río Leza y que uno de los técnicos pioneros en la investigación del patrimonio vitícola riojano, Juan Carlos Sancha, calificó como «una joya, un regalo de la naturaleza». También la recuperada maturana blanca, además de su perfil aromático muy característico y elevada acidez, tiene la particularidad de ser la variedad más antigua de la que se tiene conocimiento escrito en Rioja, pues aparece citada en 1622.
El futuro de estas variedades autóctonas se puede percibir con optimismo, pero está aún por escribir. La cata de vinos de una misma variedad, como es el caso del tempranillo blanco, ofrece hoy por hoy bastante dispersión. A pesar del gran esfuerzo investigador realizado en los últimos veinticinco años tanto por diversas bodegas a título particular como por el Centro de Investigación y Desarrollo Agrario de La Rioja, no hay una caracterización definida que permita fijar con precisión una identidad propia y perfectamente reconocible en los vinos varietales que han comenzado a comercializarse. Es la lógica consecuencia de una fase inicial que, si bien cuenta con la ventaja del gran conocimiento que atesoran los viticultores y enólogos de la región, tiene en su debe la edad de unas cepas recién plantadas, la inexperiencia en su manejo vitícola y adaptación al medio, así como en su manejo en bodega.
Con el título ‘empezar de cero’, escribía en esta revista el presidente de ARPROVI, Eugenio García del Moral, una reseña de la jornada técnica organizada por su asociación en julio de 2009 sobre las nuevas variedades blancas, consistente en “analizar desde el punto de vista científico y práctico cada una de las variedades, destacando sus principales requerimientos y exigencias en cuanto a condiciones de cultivo, y el comportamiento agronómico y enológico derivado de dichas condiciones de cultivo”, reseña que concluía afirmando que “la nueva situación es a la par una oportunidad y un reto para el sector, que demandará a medio plazo un análisis más profundo de cada variedad dando especial relevancia a las posibilidades comerciales y a las particularidades de cultivo y elaboración”.
Hay todavía mucho camino por recorrer, pues ni una viña se hace en cuatro años, ni el perfil de unos vinos que aspiran no solo a diferenciarse, sino también a posicionarse en los más altos niveles de calidad, se consigue definir en bodega en un par de elaboraciones. El tiempo será una inversión imprescindible para alcanzar los resultados a los que razonablemente se aspira si tenemos en cuenta lo mucho que se ha avanzado en tan pocos años. Así nos encontramos con ensamblajes de variedades que funcionan bien, como los clásicos ya contrastados con la viura como base, junto a otros que apuntan buenas maneras aún por confirmar y otros que directamente no parecen nada acertados. Resultan igualmente destacables las elaboraciones de algunas bodegas a partir de varietales tradicionales de cultivo muy minoritario, como son la malvasía de Rioja y la garnacha blanca («las eternas convidadas de piedra, pero con un potencial extraordinario», afirma un reputado investigador como Enrique García Escudero), que proporcionan vinos aromáticos muy agradables y con gran personalidad.
Una historia contradictoria
Resulta realmente curioso repasar la contradictoria historia de la plantación de variedades blancas en Rioja y las relaciones de amor-odio que se han venido sucediendo. En los años sesenta, la escasa producción de uva blanca llevó a primar su plantación (una peseta por cepa en 1966 y 5 pesetas en 1969), bonificaciones que se mantuvieron hasta el año 1977. Solo dos años más tarde el Consejo comenzó a informar desfavorablemente las plantaciones, replantaciones y sustituciones de viñedo con variedades blancas, medidas restrictivas que culminaron en 1992 con la suspensión. Ante la evidente pérdida de diversificación genética (el 96 por 100 era de la variedad viura), el Consejo autorizó en 1999 la replantación con las variedades garnacha blanca y malvasía de Rioja.
La reducción de la superficie de viñedo de uva blanca en las últimas tres décadas (de 9.000 ha en 1985 a 4.000 ha en 2015) y el creciente consumo de vinos blancos encendió las alarmas y así llegaron en enero de 2007 los acuerdos del Consejo Regulador para autorizar nuevas variedades blancas por primera vez desde la creación de la Denominación. A las tradicionales viura, malvasía y garnacha blanca se incorporaron las conocidas internacionalmente chardonnay, sauvignon blanc y verdejo, así como las autóctonas maturana blanca, tempranillo blanco y turruntés. Dos años después seguían sin plantarse, pues nadie quería sustituir las variedades tintas por las blancas, por lo que la Administración concedió una ampliación de 2.500 has de viñedo exclusivamente para este fin. La crisis económica incidió en un nuevo retraso de las plantaciones, con lo que ha transcurrido una década desde que se definió la nueva estrategia de vinos blancos en Rioja hasta que la oferta está en el mercado.
Reportaje publicado en el nº 224 de La Prensa del Rioja