Compartir raíces tan profundas como las de esas inverosímiles cepas centenarias de garnacha aferradas a las tierras altas de Cárdenas ha sido muy probablemente la fuente de inspiración de un pacto como el que Richi y Raúl comparten en su periplo bodeguero. Uno de sus últimos frutos ha sido la creación de Viñedos El Pacto, que la Compañía de Vinos VINTAE ha presentado como “una gama de vinos que supone la vuelta a los viñedos de pueblo en la Sonsierra y Alto Najerilla, donde el CEO, Richi Arambarri, y el enólogo, Raúl Acha, tienen sus raíces”. La iniciativa se enmarca en la actual corriente innovadora que las bodegas de Rioja están impulsando para enriquecer su oferta con vinos de las nuevas indicaciones ‘viñedos singulares’, ‘vinos de municipio’ y ‘vinos de zona’, todas ellas vinculadas a la procedencia del vino como mensaje principal.
Tras esta última iniciativa descubrimos que la intencionalidad de su autor va más allá de lo que sería un mero recurso efectista con objetivos comerciales, etapa que ya recorrió con éxito Arambarri en sus primeros años de bodeguero aguerrido (‘Guerrilla’ y otras marcas similares fueron su provocativa forma de abrirse un hueco). Este nuevo enfoque permite también inferir que pertenece a una generación desprovista de algunos complejos atávicos del sector vitivinícola riojano y que eso le ha permitido afrontar el desarrollo del negocio bodeguero sin otras ataduras que el límite de su imaginación y el que imponen las reglas del mercado mundial de vinos.
Como tantos riojanos, Ricardo Arambarri es heredero de una tradición familiar vinculada a la viticultura en su pueblo de origen, Badarán. Sus comienzos como bodeguero no han sido fáciles, porque la creación de la bodega por su familia hace 15 años coincidió justamente con el inicio de la última gran crisis económica mundial. Ha tenido que bregar con la necesidad de obtener resultados en un negocio que habitualmente requiere un largo periodo inicial de constante inversión y mucha paciencia, actitud que difícilmente compagina con el espíritu inquieto de un treintañero. La diversificación de su oferta ha sido una de las claves de supervivencia, creando vinos de diferentes zonas y categorías, con el denominador común de marcas siempre llamativas y en algún caso no exentas de polémica.
En la etapa actual, tanto de madurez personal como empresarial, ha orientado su creatividad al desarrollo de una nueva estrategia de marca vinculada a conceptos tradicionales como el origen y el terruño, el patrimonio vitícola heredado y la conservación de su diversidad genética. Me resultó especialmente grato escucharle hablar a pie de viña de ‘erosión genética’ y otros conceptos que hasta hace bien poco difícilmente podía uno imaginar que los incorporaría a su discurso con semejante naturalidad y convicción. Nada que ver con la actitud iconoclasta que mantuvo durante sus primeros años como bodeguero.
El nuevo proyecto se define como un compromiso con los antepasados, personas que preservaron un precioso patrimonio vitícola manteniéndolo a salvo de la uniformidad y la industrialización. “El objetivo es mostrar y dar valor a la viticultura a pequeña escala, que parte de viñedos trabajados de forma natural durante décadas y que son materia prima de vinos vivos, conectados con un hilo invisible a estos territorios”, asegura Richi Arambarri. El Pacto es precisamente el compromiso con este tipo de viticultura respetuosa, de cercanía y de pueblo, “donde el laboreo sigue los ritmos naturales y armoniza con el entorno, conservando la biodiversidad en los suelos y la diversidad en los diferentes clones, algunos casi extintos, que conviven en los viñedos antiguos”, concluye.
El ‘pacto intergeneracional’ que la bodega plantea como ‘filosofía’ del proyecto va indisociablemente unido al otro pacto, el que exige la necesaria connivencia del viticultor, la familia de Raul Acha en este caso, y el bodeguero, para emprender y recorrer juntos una aventura que a ambos debe resultar rentable y satisfactoria. Esas parcelas de viñedo centenario no podrían sobrevivir sin un pacto como el de Acha y Arambarri, pacto que nos recuerda, por ser diametralmente opuesto, al que los autores del libro “El Rioja Histórico”, con Gómez Urdañez al frente, denominaron ‘pacto entre desiguales’. Se interpretaba así que la tradicional confrontación entre viticultores productores de uva y bodegueros comercializadores de vino había actuado históricamente como motor de la evolución del Rioja.