El mundo del vino a sorbos
Texto: Antonio Egido
Algunas zonas de España ya están inmersas en la vendimia de este año, al tiempo que otras zonas vitivinícolas ya están preparadas para lo que cada año tiene tanto de ilusión, por conseguir el mejor producto de las uvas, como de incertidumbre, por lo que el vitivinicultor no deja de mirar el cielo y comprobar, con la ayuda de las herramientas actuales, si vendrán lluvias, frío, piedra o sol.
No obstante, en cada agricultor veterano, y en muchos de sus familiares, permanecen vivos los recuerdos de sus primeras vendimias, aquellas que entre risas y juegos, celebraban de niños. Memorias a las que hemos querido recurrir solicitándolas a nuestro buscador que nos ha proporcionado, entre otros, estos resultados:
En ´blogriojaalavesa.eus´ leemos que “Hace 32 años, Saúl tenía 4 años en esta imagen con el abuelo José Luis Berzal. La foto, sin nitidez, muestra la bella imperfección del pasado, cargado de emociones.
Recuerdo estar en la bodega con mi padre y uno de mis abuelos. Olía a vendimia. Comenzaban días especiales de mucho trabajo y eso ya se palpaba en el ambiente. Yo no entendía nada, pero percibía aquel nerviosismo que provocaba el tener todo el trabajo de un año ahí fuera en el campo en forma de uva… algo que la climatología podía arruinar.
Recuerdo a mis mayores buscando gente para la vendimia. Llegaban centenares de portugueses en autobuses, también familias de gitanos que preparaban auténticos campamentos durante la vendimia. Me viene al recuerdo un año que accedieron a la plaza caminando por varias calles, hasta llegar al lado de la iglesia. Cada viticultor iba allí para coger gente y repartirse luego en cuadrillas.
Los pueblos de Rioja Alavesa cambiaban totalmente: el olor a humo de los fuegos que encendían en la calle, el bullicio y el ambiente que se preparaba nada tenía que ver con otras épocas del año.
Los pueblos se revolucionaban por esta gente. Los padres no te dejaban salir mucho a la calle y cuando lo hacías te repetían hasta la saciedad que tuvieras cuidado, que llegaba gente de todo tipo, etnia y color. Bebían, se peleaban, se oían cosas raras entre los del pueblo que habían pasado o hecho, cosas fuera de lugar para gentes cuyas vidas transcurrían en la tranquilidad de pequeños pueblos vitícolas y que esta otra gente rompía durante unos días, así como la propia vendimia era parte de esa ruptura de la rutinaria vida de los vecinos.
Los vendimiadores iban al viñedo subidos en los mismos remolques en los que luego se echaría la uva. Marchaban a las viñas subidos cual soldados cuando van a una guerra.
Entre gritos, jolgorio, peleas y borracheras, transcurría la vendimia en aquellos pueblos de Rioja Alavesa tan diferentes a los de hoy. Era de locos, otros tiempos desde luego. Con aquellas circunstancias, en medio de aquel decorado de tantos actores, la uva iba entrando en las antiguas bodegas, la mayoría de las cuales hoy están en desuso.
Después de la vendimia y con los lagares llenos de uva se marchaban, si bien quedaba alguno para ayudar a sacar los lagos; pero el grueso se marchaba en los autocares en los que habían llegado; en ocasiones con menos dinero, ya que se lo habían gastado todo.
El barrio de las bodegas viejas se llenaba de un olor increíble a mosto fermentando. Recuerdo ver asomar espumas de color violáceo por las puertas de los lagares por los que se descargaba la uva y según transcurría la fermentación llegaba hasta la misma calle… Lagares que ya no se usan.
Recuerdo que los mayores te decían que tuvieras cuidado con el “tufo”, palabra para denominar al dióxido de carbono que se desprende en la fermentación y que puede matarte. Desgraciadamente las vendimias suele llevarse a alguien por delante por este tema.
Cómo olvidar que los muchachos de mi cuadrilla salíamos a la calle y cuando pasaba un tractor con remolque nos enganchábamos sin que nos vieran para dar un pequeño paseo mientras iba a descargar, a pesar la uva, o al viñedo.
Cuando los lagos estaban secos, se prensaba para sacar los últimos litros y se llevaban las “orujas” fuera del pueblo, a un muelle para dicho cometido. Los niños del pueblo íbamos hasta el muelle, una vez más enganchados de algún tractor que pasara por allí camino de la descarga. Qué recuerdos jugando como niños a las ‘guerras de orujas’!”.
De ´nuevaalcarria.com´ recuperamos esta carta al director: “(…) Mi suerte, haber nacido en un pueblo eminentemente vitícola y seguir viviendo en otro cercano donde una de las primordiales fuentes ingreso es la uva, la vid, el campo, la viña… amigos “viñeros como decimos por aquí o vinateros (los que se dedican a la elaboración). Da igual en proceso en el que participan, el caso es que sonríen cuando te ven subidos en su tractor, con el remolque, grande o más grande (nada que ver con los remolques poco mayores que una caja de cerillas tirados por una mula) cargado de uva en dirección a la cooperativa, grupo o bodega de turno.
Amigos o familia para los que veinte días de intenso trabajo aportan el dinero del próximo año, y el buen hacer del año anterior…todo el ciclo vegetativo de la vid es importante, desde la poda, pasando por el escardille, tratamientos, nubes de azufre, cambio de gomas para los que tienen suerte de tener viña de reguerío, todo ello para culminar con la vendimia. Todo o gran parte del pueblo, gana con las grandes cosechas y se empobrece con las malas.
Qué decir de los enólogos, esos días ni les hables. Se juegan su prestigio o trabajo además del pan de cientos de viticultores. Por supuesto, el honor y la buena gestión de los rectores (cuando hablamos de cooperativas). Si hablamos de bodegas particulares, la cosa no cambia. A mejor marca, mayor precio del vino, mayor exigencia para el enólogo y su equipo. Da igual sea Vega Sicilia o la Cooperativa del Cristo de la Salud. El precio final, fama del vino o resultado en cata, puede ser mejor o peor, granel, garrafa o botella, da igual, hay mercado para todos, lo que es innegable es el esfuerzo, sudor y dedicación del viticultor a su explotación. Si el vino se pagase de acuerdo al esfuerzo del cultivo, seguramente habría menos diferencia en el precio de venta-compra. Bien sé lo que digo y mejor aún lo saben los que tienen las manos curtidas de trabajar la viña.
La lástima es que no haya más jóvenes que continúen con la tradición del cultivo, tal vez la crisis está haciendo que se vuelva a la viña como único recurso. Otros menos jóvenes como Lorenzo, “moscas” para los muy amigos, o Pepe, Antonio, Jesús da igual el nombre. Unos conocidos y otros de vista…todos ellos trabajan por lo mismo. Al final todos curamos el alma con los vinos que son el proceso de fermentación de los mostos, que vinieron de estrujar la uva que unos cuantos vendimiaron de la viña de x, da igual su nombre, las horas y esfuerzos dedicados son los mismos.
El olor en esta fecha es el mismo mosto fresco y uva, ¿Cómo no? El humo de los tractores camino de la bodega, a fermentación y sulfuroso, la masa del pan, el horno del pueblo que duplica su producción y abre incluso los domingos…hablo de tahonas, de pan de pueblo y no de baguette pre-cocida y congelada de gasolinera. De tortas de mosto que meriendan los vendimiadores, de arrope que se tira toda la tarde cociendo en el perol granate heredado de la abuela, el de toda la vida. Olor a futuro, porque la uva de hoy es el pan del resto del año para muchas familias.
(…) Todo ello se pagaba a toca teja, nada de financiación bancaria. Si había cuartos se hacía y si no, a ahorrar. Por supuesto huele a feria, a fiestas patronales en muchos de los pueblos de la geografía española… Septiembre me gusta porque en este lado del globo, huele a vendimia y lo que ello supone. Rendir tributo a los santos, patrones y patronas a los que se les pide o agradece una buena vendimia sin complicaciones y a ser posible, que la uva se pague cara. Desde hace poco, también huele a coche de inspector de la Seguridad Social acompañado de patrulla de la Guardia Civil. La vendimia ya no es una fiesta familiar como hace años, ahora todos cotizan”.
Y un último enlace cargado de recuerdos son los que nos acerca ´lamanchawines.com´ con estas palabras: “La cantaban los poetas y mucho antes, ya en la Antigüedad Clásica, su llegada era motivo ritual de bienvenida. Primero, en honor a Dionisio, divinidad griega, más tarde popularizada en Baco y sus opulentas fiestas.
Hay textos que documentan la celebración de las vinalias, una celebración festiva para los romanos vinculada a la vid. En concreto, la vinalia rústica se celebraba el 19 de agosto, rogando a la divinidad por la maduración de la cosecha. Incluso, el Flamen Dialis era el sacerdote encargado de realizar la ofrenda votiva en el Altar de Júpiter, estrujando el racimo del primer mosto de la cosecha. Si comparamos la ofrenda del primer racimo, las costumbres no han cambiado tanto en nuestros días, y son muchos los pueblos que veneran a sus patrones y patronas con el pisado del primer mosto.
Siglos después, a pesar del empuje de los pueblos bárbaros (más doctos en la cerveza), con la Edad Media el Cristianismo (bastión en monasterios de la cultura) convirtió en sagrado el vino, como la más pura esencia. Infinidad de citas tomadas de los evangelios en el Nuevo Testamento aluden a la viña y sus frutos. Un carácter sacro que tornaría por el culto pagano a los dioses clásicos con el Renacimiento en Italia. De ahí a los siglos posteriores el cultivo de la vid fue transformando su presencia en la vieja Europa, hasta sumergirse en los contextos industriales del siglo XIX. La Mancha catapultó entonces su influencia en los mercados vecinos de la villa de Madrid, siempre en paralelo a las vías de vertebración del trazado ferroviario.
Una fisonomía y comportamiento culturales que han permanecido, en ocasiones inmutables en el devenir de las generaciones. Despierta la actividad tras el descanso estival para muchos pueblos, la propia estación otoñal llama al repliegue social de nuestras costumbres. Menos horas de sol en el exterior con temperaturas más frescas, invitan a un mayor sosiego en casa. Entra juego la propia naturaleza y es momento entonces de recoger con júbilo el trabajo viticultor de todo un año.
Al alba despiertan las cuadrillas de mozos y mozas, (todas a una, sin distinciones) para seguir devotamente al manijero.
“Que no quede ni un racimo
que se escape a vuestra vista,
que no corte vuestra mano
y el cuévano no reciba.”
Entre verdes hilos, se confunden sus colores. Blusón oscuro, azul otras, pañuelos de hierbas, rostros cubiertos, que protegidos recuerdan al pasado arábe, evitando el castigo del sol.
Llegan a nuestra mente viejas coplillas de la vendimia, fértiles en recuerdo, preñadas del cancionero popular, picaras y lisonjeras, vitales y lozanas:
“Dame un racimo tú misma
mocica que cortas uva
que viniendo de tu mano
siempre la encuentro madura”.
Parten incluso más lejos para no volver en días. De mula y quintería, juntos mula y gañan, pasarán veladas. Reposarán sus cuerpos, cansados, al caer el día, de tez morena, curtida de trabajo, mitigada en el trago largo de vino en bota, siempre alivio en las jornadas.
En carros y tartanas después marcharán peregrinos al lagar. Del tributo y regalo de la tierra, el mosto, por San Andrés vino será. Ahí, será otra fiesta, la que preceda al invierno, la que esperan los cristianos, la que celebran las familias, brindando en Navidad”.
Las vendimias, siempre cargadas de pasado, pero cada año diferentes para asegurar el vino de calidad de futuro. Feliz vendimia para todos.