El mundo del vino a sorbos
Segunda parte de la ponencia que sobre “El vino en el Quijote”, ofrecimos el lunes 23 de mayo, organizado por la Academia Riojana de Gastronomía en el Ateneo Riojano de Logroño, con el título “Encuentro con la gastronomía del Quijote”, moderado por el periodista, editor y director de La Prensa del Rioja, Javier Pascual.
“El Quijote tiene escenas muy concretas que forman parte ya de nuestro imaginario por lo que solo nombrarlas sabemos de dónde proceden: la de los molinos de viento, la quema de los libros de caballerías, el manteo de Sancho Panza, y tres más en las que aparece el vino y el de la triste figura.
La primera, la lucha que la escuálida figura mantiene contra lo que él creía gigantes, que no eran más que cueros de vino, que uno a uno va acuchillando brotando de los mismos el vino, o en palabras del Ingenioso, su sangre. Un Quijote, por cierto, que estaba “en camisa, la cual no era tan cumplida que por delante le acabase de cubrir los muslos y por detrás tenía seis dedos menos; las piernas eran muy largas y flacas, llenas de vello y nonada limpias. Tenía en la cabeza un bonetillo colorado, grasiento, que era del ventero; en el brazo izquierdo tenía revuelta la manta de la cama, con quien tenía ojeriza Sancho y él se sabía bien el porqué, y en la derecha desenvainada la espada”. Vino derramado que fue abonado por el cura al ventero. (Capítulo XXXV), y que en buen cálculo el derramado fue “seis arrobas de vino”, 96 litros.
La segunda tiene como escenario las bodas de Camacho, donde la novia es motivo se mueve entre la razón y el corazón, o entre el hacendado y el labrador y donde no podía faltar la abundancia de comida y bebida, o mejor dicho los “sesenta zaques de más de a dos arrobas cada uno, y todos llenos, según después pareció, de generosos vinos”. (Capítulo XX).
La tercera hace referencia al bálsamo de Fierabrás, sobre el que don Quijote va dejando pistas a lo largo del primer libro, una bebida que aparece en las gestas y novelas medievales, pero que Cervantes jugará con el suspense a la hora de que su personaje desvele definitivamente la fórmula a su fiel escudero: la anuncia en el Capítulo X, pero hasta el XVII no la hace pública.
El Quijote estaba, como casi siempre en la obra, malherido y manda a Sancho para que llamara al alcaide de esta fortaleza –aunque la escena se desarrollara en una venta– diciéndole que te den “un poco de aceite, vino, sal y romero para hacer el salutífero bálsamo”. Una vez conseguidos los ingredientes Quijote los mezcló y “los coció un buen espacio, hasta que le pareció que estaban en su punto”. Pero antes de degustarlos nuestro protagonista rezó más de ochenta paternostres y otras tantas avemarías, salves y credos, acompañando a cada palabra con una cruz, a modo de bendición”. No obstante cuando entró en su cuerpo esta pócima, “comenzó a vomitar de manera que no le quedó cosa en el estómago; y con las ansias y agitación del vómito le dio un sudor copiosísimo, por lo cual mandó que le arropasen y le dejasen solo”. Pero tras dormir tres horas, se sintió aliviadísimo del cuerpo creyendo que había acertado con el bálsamo de Fierabrás, sintiendo que desde allí adelante podía acometer sin temor alguno cualesquiera de las calamidades”.
De ese brebaje también bebió Sancho al que “primero que vomitase le dieron tantas ansias y bascas, con tantos trasudores y desmayos, que él pensó bien y verdaderamente que era llegada su última hora”. Ante esta situación, siempre se acude al ingenio del Quijote quien le dice que “todo este mal te viene de no ser armado caballero, porque tengo para mí que este licor no debe de aprovechar a los que no lo son”. (Capítulo XVII)”.
Un consejo, no tenga miedo a esta obra, muy al contrario, puede irla leyendo poco a poco… hoy un capítulo, mañana otro, porque a pesar de ser una obra que hay que leer por lo menos una vez en la vida, no hace falta hacerlo de una sentada. Disfrutará de muy buena literatura y se le pondrá una sonrisa en su boca, casi sin querer.