Las crónicas del ‘VINUBIQUO 2021’ (III)
La crónica de Marina Grijalba
Junto con la Asociación Cultural de Sumilleres de La Rioja hemos tenido el privilegio de conocer el proyecto de la familia Pérez Cuevas en su localidad. Quel ha sido a lo largo de la historia un pueblo donde se elaboraban destilados. El propio Gabriel Pérez, el alma de la familia Ontañón, hacía vermut y licores antes de lanzarse a la venta de vino embotellado.
Salimos de la antigua fábrica de caramelos Viuda de Solano que alberga desde hace unos veinte años la bodega-museo de Ontañón y nos vamos adentrando poco a poco en el paisaje de la Rioja más desconocida. La zona de Tudelilla ya nos da una idea de lo que vamos a ver el resto de la jornada. Me sorprende la biodiversidad que uno se encuentra por el camino. La Rioja Baja (Oriental, como me resisto a llamarla) nos regala un paisaje con olivos, almendros, cereal, viña, aulagas de un vistoso amarillo y cerezos en flor. Un auténtico chute de energía con el que llegamos a la primera viña donde hacemos un alto: el Arca.
En el Arca cada cepa busca su forma para adaptarse al paisaje y sobrevivir, como lo sigue haciendo desde hace más de cien años. Parte de las cepas se han “mogronado”: bonito verbo para hablar de la reproducción de la vid por medio de mugrones o acodos y así preservar este material genético. De aquí sale el vino singular de Dominio de Queirón, que lleva el nombre de la viña, El Arca. El castillo de Quel es el punto de referencia durante toda la visita. Esta viña está al norte y el resto se aleja de él hacia el sur para llegar a alturas como la de la finca la Pasada, a unos 760 metros. Nos encontramos en la Rioja más recóndita, aquella que sorprende hasta a los propios riojanos.
Allí Jesús Arechavaleta y Pablo García Mancha nos ofrecen Mi lugar, un vino de pueblo que reúne diferentes fincas de Quel y que se elabora en la nueva bodega de la familia Pérez Cuevas. Es sedoso en boca y nos enamora con su facilidad de paso y su frescura. El lugar no puede presentarse mejor.
Poco después nos dirigimos a la bodega, que recuerda mucho al proyecto del artista Miguel Ángel Sainz en Ontañón. En consonancia con la relación que Ontañón ha tenido con la mitología, el nombre de este nuevo proyecto nos habla de Queirón, el entrenador de Aquiles en la mitología griega.
En este patio catamos en primicia el blanco Lágrima de tinaja 2019, un tempranillo blanco fermentado en tinajas de barro que nos enseña notas de plátano maduro, algo de cítrico y una untuosidad en boca que nos encanta.
Con una copa del vino más clásico de la bodega en la mano, el Queirón Reserva 2011 hacemos la visita a la bodega conociendo cómo ha ido creciendo este proyecto desde hace ya diez años. Volvemos a Logroño encantados de haber descubierto otro rinconcito de esta tierra tan querida, un lugar que yo también puedo llamar Mi Lugar.