Ruth Rodríguez Ascazibar, Directora Técnica Bodegas Campillo
Texto: Natalia Olarte / Redacción
Ingeniera técnica agrícola y enóloga, nacida en Logroño hace 47 primaveras, es la primera mujer directora técnica del grupo vitivinícola Familia Martínez Zabala. Con una energía y curiosidad avasallantes y con un amor por la tierra que le sirve de guía, la enóloga de Bodegas Campillo piensa que el vino es sinónimo de disfrute y que levantarte cada mañana para trabajar en algo que va a hacer feliz a alguien es un privilegio.
– Su pasión por los vinos llega desde Galicia, desde su abuelo, ¿si tuvieses que hacer un vino que no se vendiese como seria?
Efectivamente la pasión por el vino me viene de mi abuelo. Él era gallego de la zona de Ourense y cuando se vino a Logroño se trajo cepas de allí y las plantó para tener aquí un trocito de su tierra. Todos los años venían sus hermanas y sus cuñados a vendimiar un día y se preparaba una fiesta de la que es imposible olvidarse. Así que de aquellos momentos me viene la pasión por esta profesión. Si tuviera que elegir un vino para elaborar, se vendiera o no, sería un monovarietal. Me gusta muchísimo ver como se expresa una variedad en concreto. Por un lado, haría un Graciano. El Graciano es una variedad que me encanta, que no todos los años madura bien y que hay que vendimiar en el momento justo y saber trabajarla, así que se convierte en un reto para mi año tras año y por eso me gusta tanto poder trabajar esta variedad. Y en cuanto a blancos, algo que me ronda la cabeza desde hace tiempo sería poder hacer un Godello, como homenaje a mi abuelo del que tanto me acuerdo encada vendimia.
– ¿Qué te has traído de tus años de trabajo en el Nuevo Mundo?
Lo más importante de todas esas experiencias han sido las propias vivencias, las personales y las profesionales. Cuando yo decidí marcharme fuera a trabajar fue al terminar de estudiar, la única experiencia que tenía en bodega eran las prácticas que había hecho en Marqués de Vargas. Así que aquellas experiencias me sirvieron sobre todo para quitar el miedo, para enfrentarme a mis primeras elaboraciones, a mis primeros errores y a mis primeros aciertos, fueron un master en toda regla. También me sirvieron para enamorarme de vinos nuevos, de variedades que nunca había probado y para darme cuenta de que Rioja era importante, pero que había infinidad de lugares donde se estaban haciendo las cosas muy bien. Al volver de Chile vine enamorada del Carmenere, del Cabernet Sauvignon y cuando fui a Sicilia descubrí el Nero d’Avola y me pareció una variedad impresionante de la cual se obtenían unos vinos increíbles y yo ni tan siquiera había oído hablar de ella. Así que, para mí, aquellos años en el extranjero me sirvieron para conocer ese mundo increíble que existía más allá del Rioja.
– Como mujer ¿tuviste en algún momento de tu carrera la sensación de ser un ‘bicho Raro’?
Siempre me he sentido bien trabajando en este mundo de las bodegas y el campo, es algo que me apasiona. Si esa pasión la juntas con saber observar, con querer aprender de los que ya saben y llevan mucho tiempo en esto y además trabajas, trabajas y trabajas nadie te puede hacer sentir un bicho raro.
Aun así, cuando estuve en Sicilia, recuerdo ir con un enólogo que trabajé allí a un curso de cata de uva. Cuando llegué, no había ni una sola mujer y he de decir que sí, allí sí que me miraron como un bicho raro. En Sicilia, no había ni una sola mujer llevando una bodega, así que allí sí que sentí que estaba trabajando en un mundo de hombres, pero nadie me miró por encima del hombro.
– Si hablamos de vino de Rioja, más allá del Tempranillo ¿En qué otros aspectos, vinos o varietales trabaja hoy Campillo?
Uno de los puntos fuertes que tiene Campillo es la viña en propiedad. Contamos conm100 has de viñedo en la zona de Laguardia, 25 de ellas alrededor de la bodega. En su mayoría es tempranillo, pero trabajamos también con Graciano, Maturana y Cabernet Sauvignon, que se plantó aquellos años en los que se permitió plantar como variedad experimental.