Calado subterráneo de Bodegas Clemente García, en una casona del siglo XVI en Baños de Río Tobía.

Sara Bustos ilustra a la Asociación Enólogos de Rioja (AER) sobre ‘El comercio del vino de Rioja en la Edad Moderna’ 

Texto: Antonio Egido

La Asociación Enólogos de Rioja (AER) ha invitado a la doctora de la Universidad de La Rioja, Sara Bustos, para ofrecer una webinar sobre su libro ‘El vino en La Rioja durante la Edad Moderna: bodegas, cosecheros y lagares’, que fue presentada por el enólogo Juan B. Chávarri quien calificó como “muy interesante porque hay pocos escritos y artículos” lo que significa “poco conocimiento sobre esta parte de la historia”, si bien desde “1899, cuando la filoxera y el oídio llegó a La Rioja” existen muchos más conocimientos, saludando a la doctora y destacando que como dice Luis Sepúlveda, el conocimiento del pasado nos “hace comprender el presente e imaginar el futuro».

Sara Bustos escaló en la historia de La Rioja para recordar las villas romanas, la importancia de los Monasterios, como el de San Millán, o los hospitales del Camino de Santiago en favor del cultivo de la vid y su producto, el vino, recalando en la Edad Moderna en la que las poblaciones emplean sus privilegios para asegurar la salida del vino. Citó las ordenanzas de Calahorra de 1578, que se centraban, entre otros muchos aspectos, “en la preocupación por el hurto de uvas de las viñas con castigos a los que descubrieran llevándose el fruto”, o regulando el precio, la venta y calidad del vino que se elaboraba, sin que ningún vecino pudiera establecer dos tabernas en esta localidad. O la de Logroño de 1607, que sobre las vendimias las prohibía hasta pasado San Miguel (29 de septiembre), pero al mismo tiempo regulando la contratación de jornaleros así como las horas que debían trabajar o la posibilidad de registrar casas sospechosas de que en ellas hubiera uvas robadas. Podo todo ello, Sara Bustos infería que los ayuntamientos tenían amplios poderes para organizar la práctica cotidiana en torno al mundo del vino.

Seguidamente analizó un vino “que solo duraba 1 año, ocupándose el ayuntamiento de su calidad por lo que tenía expertos que eran capaces, una vez degustado ese vino, decidir sobre la misma”, o sobre el precio del vino, siendo los más caros los que se vendían a finales del año, pero siempre muy pendiente la autoridad de que no faltara, y dado en caso, desviando los impuestos que debían cargarse sobre el vino. La conferenciante indicó que gracias a las ordenanzas y la regulación, podemos adivinar las mayores preocupaciones de regidores y cosecheros que eran: “la protección de los frutos; la organización de las vendimias; el control de los trabajadores; el precio de venta del vino; su calidad y la regulación del comercio del vino”.

Sobre la venta del vino, Sara Bustos recordó que los vecinos vendían su vino en sus cuevas o bodegas -como ocurría en Logroño o Haro- pero en algunas localidades había además una taberna, o varias, públicas. Esta venta del vino en este tiempo era controlada y organizada por el corredor de vinos, “siendo los mayores clientes de los cosecheros los arrieros, que eran definidos como vascos y castellanos”. Los primeros compraban el vino en La Rioja y los vendían en los mercados de Vitoria y Bilbao; los segundos en territorio de La Rioja, norte de Burgos, Santander o norte de Soria, pero obviamente aprovechaban los viajes para llevar y traer otros productos como pescado, aceite de ballena o lana creándose así unas redes de intercambio de media distancia que conectaban la costa con el interior.

Un tiempo en el que comenzó la lucha por los mercados, y por ello la competencia. La primera “entre los propios cosecheros de cada localidad”, pero la segunda era “entre los propios cosecheros y los que compraban vino como una inversión”, que también los había. Creando de esta forma, competencia de vendedores de vino no solamente entre las distintas localidades y comarcas riojanas, sino también con Navarra o con La Rioja Alavesa, siendo muy destacadas estas competencias en el siglo XVIII. Fruto de todo ello fueron las creaciones de asociaciones como la Junta de Cosecheros de Logroño (1729) o las Reales Sociedades, como la Bascongada de Amigos del País (1766) o la de Cosecheros de La Rioja Castellana (1787), que adquirieron mucha importancia en aquellos momentos.

Antes de plantear las conclusiones, la doctora se refirió a la transformación del vino en aguardiente, que “permitió dar salida a los restos del vino que quedaban por vender, ya que se podía conservar más tiempo y encontraba buena salida en el mercado local, si bien con algunas restricciones que eran prácticamente las mismas que con las del vino”.

Como conclusiones, Sara Bustos señaló que el vino de Rioja en la Edad Moderna era ya “un producto destinado al mercado; suponía una fuente de riqueza para individuos de diversa condición; estaba muy regulado y protegido por los ayuntamientos; su baja calidad impedía su conservación y obligaba a venderlo anualmente; había limitaciones de sus  mercados; tendríamos que esperar hasta el siglo XIX para la mejora de la calidad de los vinos, y los nuevos métodos que permitían ir mas allá de los mercados tradicionales, destacando en cierto momento de su conferencia, los que ya trabajaron el método bordelés”.

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