El mundo del vino a sorbos
El vino, como parte esencial de la cultura de un pueblo, es un producto que ha sido loado, arrefranado –por inventar un palabro- pintado, esculpido, fotografiado, convertido en trama de película y también cantado o dicho de otra forma, pasado por el tamiz de la música.
Texto: Antonio Egido
De ello tenemos buena muestra en Internet, donde si buscamos ‘vino y música’ nos encontramos con una primera página ‘vinojoya.com’ donde bajo el título de “43 Temas sobre el vino: Manual completo para el aficionado” firmado por Carlos Andrés nos dice que “Comparábamos antes los sentidos del olfato y del oído, y decíamos que la riqueza aromática de un vino solo puede compararse a la riqueza tímbrica de la orquesta. Esta síntesis enofilarmónica podrá ser considerada desconcertante, pero nunca exagerada.
Así, los aromas de los vinos evolucionan con la edad de esta manera: Los vinos jóvenes presentan aromas ligeros, de flores y frutas frescas, que con el tiempo se van transformando en aromas de fruta madura, compotada, seca… Posteriormente aparecen aromas más densos: especiados, de torrefacción, de flor seca, de hierbas aromáticas… Tras una larga guarda, aparecen aromas balsámicos (de naturaleza casi química), animales, de frutos secos, de flor marchita…
Esta evolución es muy similar a la de la orquestación de la música clásica: Los vinos jóvenes tienen una orquestación barroca, con sonidos agudos, nítidos, contrastados, penetrantes… Prima la melodía sobre el efecto orquestal. Nos recuerdan los concerti grossi del barroco italiano. Con el tiempo, los vinos van ampliando el número y tipo de instrumentos de la orquesta, de forma que se gana en riqueza de matices; además, el contraste tímbrico de los instrumentos da paso a la fusión de los sonidos dentro del conjunto orquestal. Son los tiempos del clasicismo. El vino llega a un momento de máxima intensidad y complejidad orquestal, que se corresponde con la música del romanticismo. Posteriormente, el vino empieza a declinar, su línea melódica queda desdibujada, a la vez que en la orquestación aparecen sonidos oscuros y un tanto siniestros, propios del postromanticismo, que se corresponden a los aromas balsámicos y animales”.
Por su parte en ‘elgrancatador.imujer.com’ nos hablan de “La música y el vino: el maridaje perfecto” de esta forma: “Muchas veces he escuchado comentarios o críticas de vinos que se parecen mucho a las críticas musicales de los periódicos. Se suele asociar que quien escucha buena música es un bebedor de vino, o que quienes gustan de un buen vino son personas que también saben apreciar la buena música.
No es extraño oír que una persona, a medida que madura, aprende a beber mejor. Lo mismo con la música. Es tan extraño ver a un adolescente bebiendo un buen vino y apreciándolo que ver a un adolescente escuchando música clásica o jazz. Pero no es extraño verlo beber cerveza o escuchando hip-hop. Con esto no quiero dar razones irrefutables, ni establecer una teoría de ningún tipo; pero en cierta forma algo de verdadero hay en los estereotipos que acabo de definir.
Lo que quiero decir es que el conocimiento de los vinos está muy ligado a la apreciación de la buena música. Ambos han acompañado a la humanidad y están relacionados con el enriquecimiento de nuestro espíritu. En definitiva, Apolo y Dionisos eran dos caras de la misma moneda, ¿no?”.
También el vino y la música da lugar a degustaciones muy especiales como la que leemos en ‘cocinandos.com/cocinanblog’ donde recoge que “Ayer tuvimos una cena muy especial. Desarrollamos un menú degustación que fue maridado con vinos de la bodega Dominio de tares y amenizado Por el violinista de la Orquesta sinfónica de la Comunidad Europea, Enmanuel Felpeto”.
Sin olvidar los diferentes festivales publicitados como parte de la cultura del vino o las actividades musicales que forman parte de los programas de desarrollo del enoturismo, que todavía tiene, a nuestro parecer, un amplio desarrollo.