El mundo del vino a sorbos

Cercanos al 1 de noviembre le hemos pedido a nuestro buscador de Internet que nos dé resultados sobre la relación de palabras “vino y muerte” y nos vamos a quedar con tres de ellos, justamente los que hablan de literatura, de un mito y finalmente de una creencia.

Texto: Antonio Egido

 

Sobre literatura hacemos referencia al libro de Michael Atkinson titulado “Hemingway, días de vino y muerte” que en ‘casadellibro.com’ nos resumen con estas palabras: “En el Madrid de 1937 las corridas de toros han dado paso a las bombas, los revolucionarios, los periodistas y muchos cadáveres. Ernest Hemingway, que cubre la guerra civil para la prensa norteamericana, llega buscando historias y peligro, y encuentra otra cosa: a un amigo muerto. Con una nueva novela en la cabeza y mucho alcohol en las venas, Hemingway se propone averiguar quién mató a José Robles Pazos, un burócrata del Frente Popular y amigo suyo desde la Primera Guerra Mundial. Después de todo, no hay nada como arriesgarse a morir en zona de guerra si eso significa vivir inténsamente y eludir un plazo de entrega. Con el escritor John Dos Passos a su lado, Hemingway se adentra en la oscuridad y descubre que su viejo amigo no es solo una baja de guerra, sino una víctima de algo mucho más terrible”.

Sobre el mito, indicar que en ‘marianobraga.com’ y bajo el atractivo título de “Desterrando mitos: sandía, vino y muerte” leemos que “El mito siempre estuvo vigente: mezclar sandía y vino suponía un serio riesgo para nuestra salud. Algunos aseguraban que “endurecía” el estómago, otros que habían escuchado de algún amigo de un amigo de un amigo que, se dice, había fallecido a causa de esa explosiva combinación. Un mito que, a pesar de que muchos sostienen como típicamente argentino, también está arraigado en otras culturas a cientos de miles de kilómetros de nuestra patria.

 

Primero que nada puedo asegurarles que la ingesta simultánea de la Citrullus lanatus (sandía para los amigos) y el jugo fermentado de la uva no resulta perjudicial para la salud en lo absoluto. En su momento, más precisamente el 20 de diciembre de 2007, la revista británica BMJ sacó a la luz un artículo titulado “Mitos Médicos” que dejaba en claro que la mezcla de vino con sandía no suponía ningún riesgo. Pero no me quedé contento con eso e hice la prueba en casa.

 

Agarré una sandía y un bonito Malbec y decidí embeber la pulpa de la rosada fruta dentro de un copón rebosando de nuestro vino emblema. Y nada. Lo comí (aunque les aseguro que no es muy muy rico) y acá me ven, aun escribiendo y con las neuronas (las que había, que tampoco son tantas) todavía intactas. Ahí me puse a pensar en los queridos clericós y sangrías (a los que bien puede agregárseles sandía) e, incluso, a las tradiciones de ahuecar la sandía y llenarla de bebidas alcohólicas (en Centroamérica, por ejemplo, es una tradición completarla con ron y azúcar negra). Ninguno de ellos, al menos que yo haya escuchado, ha muerto después de la combinación.

 

Ahora bien, fui a buscar el origen de esta leyenda y, lamentablemente, las respuestas son erráticas. Pero me quiero quedar con una que me pareció atractiva, aunque me atrevo a ponerla en duda: la relata Facundo Di Genova en un libro que publicó bajo el nombre “El barman científico. Tratado de alcohología”, en donde el autor pone su cuerpo como “prueba” para comprobar o no ciertas hipótesis relacionadas al alcohol. Una de ellas era la de la sandía con vino, en la que Di Genova dice: “No te morís, salvo que lo tomes a temperaturas superiores a los 40 grados porque se forma una molécula peligrosa.” Aparentemente la molécula se forma con el óxido de nitrógeno de la sandía y con un alcohol que hay en el vino, que es la glicerina. Cuando ambas se combinan, y se suma el ácido sulfúrico, se crea la nitroglicerina, que en las personas actúa como vasodilatador en quienes tienen problemas del corazón y es también uno de los precursores del Sildenafilo (Viagra… ¿les suena?). La historia, entonces, dice que aquel mito sobre las consecuencias letales de la sandía con vino surgió como argumento católico en contra de la promiscuidad. ¿Será verdad? Mmmmm… no lo sé pero, aunque la tomo con pinzas, la historia me pareció lo suficientemente graciosa como para contárselas”.

Y la creencia, encontrada en ‘jw.org/es’ nos la presentan como “Preguntas sobre la Biblia”, y da respuesta a la interrogación “¿Por qué debemos recordar la muerte de Jesús?”, respondiéndonos que “La muerte de Jesús es el suceso más importante de la historia, pues gracias a ella la humanidad tiene la posibilidad de recuperar lo que perdió. El hombre no fue creado con la inclinación a hacer el mal, ni para enfermar o morir (Génesis 1:31). No obstante, el pecado entró en el mundo mediante el primer hombre, Adán. Jesús dio su vida para salvarnos del pecado y la muerte. (Lea Mateo 20:28 y Romanos 6:23.)

Dios demostró un amor incomparable enviando a su Hijo a la Tierra para que muriera por nosotros (1 Juan 4:9, 10). Jesús mandó a sus discípulos que recordaran su muerte mediante una sencilla ceremonia en la que hubiera un poco de pan y vino. Celebrar esta ceremonia año tras año es una manera de dar las gracias a Dios y a su Hijo por el amor que nos han mostrado. (Lea Lucas 22:19, 20.).

Ya ven. El vino no es solamente un producto para vender, ni un alimento para incorporar a nuestra dieta diaria, sino también un atractivo motivo cultural.