El mundo del vino a sorbos
Hoy ponemos punto final a estas tres colaboraciones en las que he acercado a los lectores de Enópolis la ponencia que sobre “El vino en el Quijote”, ofrecimos el lunes 23 de mayo, organizado por la Academia Riojana de Gastronomía en el Ateneo Riojano de Logroño, con el título “Encuentro con la gastronomía del Quijote”, un acto moderado por el periodista, editor y director de La Prensa del Rioja, Javier Pascual.
Nos quedaba citar “el vino como cura, lo cual fue una costumbre durante muchos siglos en España y en general donde se podía disponer de esta bebida a la que se adjudicaba, no sin razón, cualidades curativas. La referencia la encontramos cuando Cervantes escribe: “Leonela tomó, como sea dicho, la sangre de su señora, que no era más que aquello que bastó para acreditar su embuste, y lavando con un poco de vino la herida, se la ató lo mejor que supo”. Capítulo XXXIV.
Concluyo dejando los apuntes de que el vino en el Quijote es medido por lo que nos encontramos con palabras como azumbre que supone “unos dos litros”, o la arroba de vino, que era lo mismo que 1 cántara, es decir 8 azumbres en total 16,133 litros.
Por supuesto no falta el refrán, uno de los muchos que Sancho suelta a lo largo de todo el libro de Cervantes, cuando para indicar la expresión “a mí que más me da”, suelta un “De mis viñas vengo, no sé nada. No soy amigo de saber vidas ajenas, que el que compra y miente, en su bolsa lo siente”. Capítulo XXV.
Y finalmente dejar apuntado que el vino, de calidad, que es el más defendido, también se muestra en el Quijote como un símbolo de riqueza, o como pago de apuesta”.
No obstante nos quedó material sin poder comentar en este encuentro con el Quijote que sí podemos sacar a la luz en estas apariciones semanales con los lectores, como el desprecio que siente Sancho Panza hacia el agua: ““sintiendo en el primer trago que era agua y no vino, pidiendo a la ventera vino que pagó de su mismo dinero” (Capítulo XVIII). Y por supuesto, quejándose cuando no podía disfrutarlo: “tendidos sobre la verde yerba, con la salsa de su hambre, almorzaron, comieron, merendaron y cenaron a un mismo punto, satisfaciendo sus estómagos, más sucedióles otra desgracia, que Sancho la tuvo por la peor de todas, y fue que no tenían vino que beber, ni aun agua que llevar a la boca” (Capítulo XIX).
Y además buscando siempre el vino bueno, el caro, es decir, el de calidad, en contraposición al barato y por tanto del malo. Así asistimos a la siguiente escena en el que en una venta, Sancho Panza pide vino pero “pidiéronle de lo caro, respondiendo que su señor no lo tenía, pero que si querían agua barata, que se la daría de muy buena gana”, lo que le permita a Sancho concluir el dialogo con un “Si yo tuviera sed de agua, -respondió Sancho- pozos hay en el camino, donde la hubiera satisfecho. ¡Ah, bodas de Camacho y abundancia de la casa de don Diego, y cuántas veces os tengo que echar de menos!” (Capítulo XXIV).
Poco más salvo dejar dos datos, en el deseo de que nuestros lectores rompan las encuestas que afirman que el 40% de la población española nunca ha leído un libro y sobre el “Don Quijote de La Mancha” que solamente 2 de cada 10 españoles lo han leído, es decir, 8, todavía, no.