Director de la Estación Enológica de Haro (1943-1971) y presidente del Consejo Regulador (1953-1970), la figura de Antonio Larrea jugó un papel importante en el desarrollo del Rioja moderno
Tras la catástrofe filoxérica y la Guerra Civil, el sector del Rioja encaraba unas décadas que iban a ser decisivas para su transformación, que es la que posibilitará a la postre su conversión en un modelo indiscutible de éxito y de calidad, una referencia internacional en el mundo del vino. Los desafíos que afrontarán un grupo de hombres, el coro del Rioja, magistralmente dirigidos por el ingeniero doctor Antonio Larrea Redondo, el director de la orquesta –el alma del Rioja-, serán superados con ingenio y tesón, con pactos y con la acumulación de distintas visiones particulares que desembocaron en una gran enfoque compartido, pues viticultores, bodegueros y enólogos sometieron sus intereses sectoriales a la consecución de una empresa con recompensa colectiva: el Rioja.
Texto: César Luena, Doctor por la Universidad de La Rioja
Existen unas décadas decisivas, un periodo crucial, en la historia del Rioja. En los treinta años que transcurren entre 1940 y 1970, y durante los cuales Larrea será director de la Estación de Viticultura y Enología de Haro, de 1943 a 1971, y presidente del resurgido Consejo Regulador de la Denominación de Origen Rioja, de 1953 a 1970, se producirán los hitos del Rioja: la modernización científica, el desarrollo institucional, el nacimiento de la cultura del Rioja, la forja del pacto socioeconómico –el “pacto entre desiguales” teorizado por Gómez Urdáñez- y la conquista del mercado exterior; es decir, el Rioja evolucionará de producto a marca, con fama y calidad superior reconocida en el mercado mundial. Unos hitos alcanzados bajo el mando peculiar de un hombre que, sin querer, se hizo decisivo. Y fue así debido a su forma de ser, que podemos resumir en las siguientes palabras: un luchador autocrítico, un inconformista, un soñador.
La reconstrucción
La década que va de 1943 a 1953 será la del avance científico y experimental y del desarrollo institucional del sector. Larrea llegará a Haro para hacerse cargo de la Estación y desde ella impulsará la lucha por la calidad, a través de los análisis y controles, la formación -12 cursos para maestros bodegueros y aprendices organizó Larrea-, y la orientación para extender esos avances en la investigación y en la experimentación entre los agricultores: los primeros en contribuir al éxito del Rioja, pues “el buen vino, se hace en la cepa”. Y por eso Larrea se volcará con ellos, enseñándoles, elaborando unas cartillas con consejos directos, haciendo “apostolado rural”.
Problemas como el insuficiente cuidado de las viñas, los escasos conocimientos e incluso la poca exigencia se paliarán con la enseñanza y con la experimentación de una Estación de Viticultura y Enología que, aun sin medios, casi sin personal, sin apenas reformas, cumplió su papel. La calidad pues, en el campo y en el laboratorio, empezará a abrirse camino. El propósito era mejorar, avanzar y establecer entonces un control en pro de unos beneficios duraderos, no de un espejismo.
Esta década conocerá las pugnas, después fueron tensiones, para restablecer las funciones y cometidos del Consejo Regulador, un “organismo inoperante” para Larrea en principio, pues volvía a recuperar su estatus tras un choque en el seno del Sindicato Nacional de la Vid, Cervezas y Bebidas Alcohólicas, el Sindicato Nacional de la Vid y el Vino sería llamado, y su potente grupo, o subgrupo, de Criadores Exportadores, que no querían ser controlados, ni mucho menos financiarlo, ni que se estableciese un sistema de sanciones. La pugna en realidad era un debate: calidad o cantidad. La primera se abrió paso, y en 1954 renacía el Consejo, y con él los veedores, pero también la publicidad, la promoción para la comercialización exterior -después será exportación, hoy internacionalización- y las campañas de publicidad. El “organismo inoperante” estaba a punto y Larrea se hacía con el timón del Consejo fiel a su estilo: paciencia y equilibrios, hacer sin hacer.
La evolución
Los cincuenta serán unos años de evolución. El Rioja saldrá de sus años de lucha y formación para volcarse en las alegrías, para dotarse un contexto más amplio, la cultura del Rioja -algo mucho más sofisticado y complejo que las simplezas conocidas- y de un sostén social y económico: el “pacto entre desiguales”.
La marca Rioja necesitaba un desarrollo cultural y Larrea así lo entenderá desde el principio. Por eso, fue el precursor de la difusión y de la divulgación, como así atestiguan sus numerosos escritos y colaboraciones en distintos y variados medios y publicaciones escritas. En esos años de exaltación del campo, el cultivo poblador, como es en esencia la vid, Rioja conocerá las fiestas de la Vendimia, el surgimiento del cooperativismo y la unidad de acción para “vender fuera”, la antesala de las primeras exportaciones de éxito a gran escala.
En paralelo, el pacto irá cobrando cuerpo, y renovándose de forma permanente. Todos serán muy conscientes de la necesidad de establecer unas normas para asegurar la calidad, y unos precios para garantizar la sostenibilidad y el rendimiento del producto. Normas y precios serán así las claves del pacto, y le acompañarán las certificaciones, la lucha contra el fraude, la inspección y la separación de bodegas. Larrea contribuirá en este momento, no solo con su convicción de que con límites para todos, todos ganaban –lo que impulsó desde las dos instituciones del Rioja-, sino que aportó sus ideas a través de un programa para el Rioja, que expuso en el I Congreso Económico Sindical de 1962 donde aconsejará “hacer la suficiente presión, a través de cauces sindicales, para que se fije un precio justo de la uva o del vino y no dependa de caprichos de compradores”. Más tarde, en 1970 sintetizará su programa para el Rioja en una conferencia en Valladolid, y que se puede resumir en tres puntos: propaganda, protección de la Denominación y exportación.
La consolidación
El final de un camino, alcanzando el sueño, será lo que se vivirá en Rioja en esta última fase de la etapa más decisiva de su historia. El sector asistirá al boom, como lo hacía un país impulsado por el desarrollismo, y no desaprovecharía la unión de esfuerzos y de capitales que llegaban a las tierras riojanas. Serán los momentos de la mecanización, de la implantación de las grandes bodegas como SAVIN y AGE, de la definitiva separación de bodegas, de la constitución de la Asociación Nacional de Enólogos y de la celebración de la primera Asamblea Provincial de Turismo. Las míticas cosechas del 64 y del 66 darán pie a preparar las misiones a Estados Unidos de 1966 y 1967, comandadas por Larrea, y que mostrará a Rioja ya el premio por el trabajo bien hecho. Las misiones posibilitarán la entrada de Rioja en el mercado norteamericano, pero también la visita a La Rioja de muchos hombres de negocios que querían ver in situ en qué consistía la marca Rioja, algo que durante esos treinta años se había estado construyendo entre todos. Con el acuerdo preferente firmado con la CEE, se abría un espacio que los riojanos podrían aprovechar tras los esfuerzos empleados. La nueva Ley del Vino de 1970, que cambiaba por completo la estructura administrativa y política, marca el fin de esta etapa, pues Larrea cambiará la Enológica por la Jefatura del Departamento de Viticultura y Enología del Centro Regional del Ebro, sustituyéndole Ángel de Jaime Baró en la misma, y será relevado, asimismo, en la presidencia del Consejo Regulador por Eugenio Narvaiza.
La etapa decisiva del Rioja
Las fuentes primarias que Rioja dispone, tales como el Centro de Documentación de la Fundación Vivanco de la Cultura del Vino, donde se encuentra el Fondo Larrea, los archivos de la Estación Enológica de Haro y del Consejo Regulador de la D.O.Ca. Rioja, así como los fondos complementarios del Archivo Histórico Provincial de La Rioja, nos ha permitido reconstruir las grandes fases del Rioja en esa etapa decisiva.
En particular, el Fondo Larrea resulta ya imprescindible para abordar cualquier investigación sobre la cultura del vino de Rioja, una cultura que lo aborda todo, la economía, el comercio, la forma de ser y de vivir… etc. Y es así como lo entendió Larrea, quien dedicó su vida y su paso por las instituciones a trabajar para asegurar la calidad y los beneficios para todos mediante el pacto y la defensa de la cohesión social, explotando al máximo las posibilidades del Consejo y de la Enológica, consiguiendo dos hitos: el control de la calidad y la expansión comercial en el exterior, antecedentes ambos de la concesión en 1991 de la Calificada, la primera de España.
Pero sabemos que esa etapa decisiva en la historia del Rioja no la protagonizó un solo hombre sino un coro de viticultores, bodegueros y enólogos que estuvieron y hoy todavía están ahí, que ayer fueron los protagonistas, que hoy son testimonios vivos de una historia viva también, la de un modelo de éxito, y que fueron competidores pero colaboradores al fin, como decíamos al inicio, de una empresa con recompensa colectiva: el Rioja.
Foto: Antonio Larrea fue distinguido en 1994 por la Academia Vasca de Gastronomía con el Premio a la mejor labor periodística por “su generoso sentimiento de hacer partícipes a otros de sus conocimientos y experiencia, que le llevaron a la publicación de multitud de manuales prácticos y cientos de artículos en diarios y revistas especializadas”. El vicepresidente de la Academia, Ignacio Arrién (d.), le entregó el galardón en un sencillo acto celebrado con un pequeño grupo de amigos (de i. a d., Manuel Ruiz Hernández, Javier Pascual e Isaac Muga) en la residencia de Haro donde se encontraba, dada su avanzada edad y delicado estado de salud
El reportaje puede verse en el nº209 de La Prensa del Rioja