Oportunidades para el vino de Rioja (V)
Texto: Javier Pascual / Director de La Prensa del Rioja
Esta semana XXL de confinamiento (ya he perdido la cuenta) recordaremos con cierta nostalgia aquellos tiempos (el año de gracia de 2019 debió ser el último) en que celebrábamos el Día Libro con una fórmula neta y exclusivamente riojana. ‘Un libro y un Rioja, el placer de la cultura’ fue el lema con el que cada 23 de abril los libreros y público riojano celebraron el Día del Libro durante 25 años, hasta que llegó la maldita pandemia. Así que esta semana, además de apurar las existencias de la bodeguilla casera y acabar con esas ‘joyas enológicas’ que guardábamos celosamente para mejor ocasión -después de la ‘experiencia coronavirus’, nunca se sabe-, deberíamos aprovechar este tiempo de confinamiento para releer a los clásicos. Es una lectura que, si la acompañamos como merece, es decir, con una copa de alguno de los grandes clásicos de Rioja (un Marqués de Riscal del 42, un Monte Real del 64, un Viña Tondonia de 54…, por poner algún ejemplo), a buen seguro nos ayudará a entender mejor ciertos comportamientos humanos en circunstancias tan inéditas como las actuales. Y confiamos en que también tan irrepetibles.
Un reportaje de Manuel Viejo publicado por El País el 2 de abril ofrecía la explicación psicológica y sociológica de varios expertos a los cambios que se están produciendo en el carro de la compra en estos aciagos tiempos de pandemia universal. Como hemos venido contando en La Prensa del Rioja en esta serie de artículos sobre coronavirus y vino la lista estrella de la compra ha pasado del aprovisionamiento de productos básicos (“efecto bunker”) al incremento de los llamados “productos de indulgencia”, como chocolate, aceitunas, cerveza y vino. El catedrático de psicopatología Carmelo Vázquez aseguraba que este comportamiento tiene un efecto terapéutico que “refleja el poder de darnos recompensas y caprichos en estos tiempos”. También la psicóloga Olga Castanyer lo explica constatando que, “cuando estamos encerrados, el cerebro nos pide un premio, como el chocolate, las golosinas o unas simples cervezas”.
También parece que los altos niveles de ansiedad provocan que el cuerpo quiera azúcar y grasas, lo que me lleva a especular con que la ansiedad de pensar que no hay un mañana nos impele a descorchar las botellas de nuestra colección, que en este Día del Libro conmemorativo del gran Cervantes harán feliz pareja con la relectura de otro gran clásico como Quevedo. Fue el mejor representante literario de aquellos tiempos también revueltos en los que se acuñó la leyenda negra de España y una buena parte de nuestro tópico sentimiento trágico de la vida. Esa certeza de que en este país siempre nos ocurrirá lo peor, rebatido con brillantez por nuestra querida historiadora de cabecera Carmen Iglesias en su ensayo ‘No siempre lo peor es cierto’.
“No hay cuestión ni pesadumbre que sepa nadar: todas se ahogan en vino, todas se atascan en pan”, dejó escrito nuestro inefable Quevedo, que nos descubrió así la fórmula universal del éxito del vino para cualquier época y circunstancia. Frente a los elogios que la literatura universal ha dedicado al vino como fuente de alegría y placer para los seres humanos, en tanto que producto asociado a la fiesta, la celebración y, en suma, la vertiente lúdica de la vida, Quevedo le adjudica un papel cuasi terapéutico para situaciones que, como la actual, parecen más propicias para la poesía melancólica de Bécquer (“es que tengo alegre la tristeza y triste el vino”). Ahí lo dejo para quien quiera disfrutar de beber a un clásico.