Texto: Amelia Pereira, de Amelí&Co
El enoturismo es el chico del momento. Una especie de fígaro que todos invocan en forma de catas, “experiences”, asociaciones y simposios más o menos técnicos. La ocasión la pintan calva, es difícil de agarrar, resbaladiza. Ahora o nunca. Sesudos hombres de negocios y bodegueros buscan la piedra filosofal. Cómo atraer clientes de nivel para visitar y comprar en sus bodegas. El autobús se ha convertido en el enemigo público número uno, los guías turísticos al uso en un lastre y las grandes marcas de vino en bunkers.
Nuestra D.O. Ca. Rioja es la más antigua de España, un nombre de prestigio, con reconocimiento a nivel planetario. Sin embargo nuestro vino se vende a un precio poco acorde con su calidad y estamos muy lejos de las cifras de visitantes que otras Denominaciones poseen. La importancia del enoturismo la acreditan algunos datos del “Club de producto turístico” de ACEVIN con 27 zonas vitivinícolas, 550 municipios, 11 comunidades autónomas, más de 2.000 empresas (enológicas y turísticas), 3 millones de personas de población y alrededor de 3 millones de visitantes al año (IV Premios de enoturismo. Rutas del vino de España). No estamos bromeando. Un sector que mueve tal cantidad de recursos y personas merece ser tratado con el debido respeto.
El enoturismo Premium es el vértice visible de esta pirámide en su versión más lujosa. Pero el lujo, muy acorde a su propia personalidad, tiene sus leyes internas. Nada de masificación, ni de plástico. El lujo ama lo escueto, lo realmente exclusivo y sólo lo mejor como parámetro de lo precioso. En eso está la exigencia de adaptarse al mercado emergente del ‘enoturista premium’. Dar este servicio de verdad hoy en día significa ser muy imaginativos y hacer que el viajero sienta nuestro entorno y nuestra vida como propios. Para aprender y disfrutar para volver “como nuevo”. Se basa en la autenticidad de lo que hacemos, por cultura y por tradición.
Sé que os acordáis más de lo que hacemos, que de lo que os cuento. Es una de mis frases recurrentes durante mis actividades. Para vivir el momento con la intensidad del primer recuerdo, el vino nos lo pone fácil. Para que el recuerdo perdure paseemos hablando, hablemos cocinando y soñemos bebiendo. Busquemos una estética común que respete quiénes somos y realcemos el valor de nuestro patrimonio, porque es nuestro futuro. Mi experiencia con turistas premium me dice que vale la pena apostar por ellos: clientes leales convertidos por la vivencia, partidarios de nuestro Rioja de por vida. Otros ya lo están intentando.