El mundo del vino a sorbos
No habíamos tocado el tema del ‘vino y el humor’, a pesar de que somos, en esencia, optimistas y graciosillos, por lo que hoy nos lanzamos en esta vía para ver que nos encontramos en Internet sobre la unión de estos dos conceptos.
Texto: Antonio Egido
Y el primer enlace que nos encontramos en la red es de ‘blogs.viaresto.clarin.com’ donde Daniel Rosa nos habla directamente de ‘El vino y el humor’ indicándonos: “Hace rato que tenía ganas de salir con una sección para hablar del maridaje más divertido de todos, el del vino y el humor.
Mucha tela le dio el vino a los humoristas para sacar material e ideas, y va más allá del clásico cordobés haciendo chistes de mamados que, por cierto, Chichilo Viale lo hace de mil maravillas. Y ni qué hablar del personaje de Diego Capusotto que nos deleitaba musicalmente con “Ese amigo de Vinazi”, o resulta imposible olvidar los cuentos de Landriscina y de la explicación de un tío que sentenciaba “el vino tinto se toma natural”, por más que lo traiga del Chaco en el baúl de su Fiat 1500 para festejar el almuerzo de un primero de enero mientras hacía 45 grados a la sombra.
El fallecimiento de ese gran dibujante que fue Caloi hizo que resurgiera en mí la idea de hablar sobre el humor y el vino. Entonces, nada mejor que empezar con un chiste suyo, donde se ve la picardía de un futuro sommelier, cuya torpeza hace que su verso y chamuyo los ponga a la altura de unos de los mejores inventores de descriptores de un vino con bouquet a mantel”.
Otra línea de investigación la encontramos en ‘condumios.blogspot.com.es’ nos repasa las relaciones de estas dos palabras y lo que son ara él los principales humoristas que nos hace disfrutar con el vino como telón de fondo: “… Pero hablar de vino y humor es pensar inmediatamente en Rabelais. Era Rabelais un pensador serío, preocupado por definir la libertad y el honor, por desarrollar una pedagogía adecuada a su época, por conseguir una reforma moderada de la Iglesia y por presentar un retrato del hombre ideal del Renacimiento. Escogió, sin embargo, la vía del humor, ya que, en sus propias palabras «reír es lo propio del hombre».
Ya en el prólogo de Gargantúa, se dirige a los «muy ilustres bebedores» (y también, presumiblemente en su calidad de médico, a los afectados por la enfermedad venérea) como aquellos a los que su obra está destinada.
En la escena mencionada que preludía el nacimiento de Gargantúa, Rabelais pone boca de los bebedores una sátira de la filosofía escolástica medieval. En efecto, discuten de si fue primero la sed o el beber, afirmando uno que la primera, «pues nadie hubiera bebido sin ella en el estado de inocencia» y replicando otro que el segundo, ya que «privatio presupponit habitum». Lo que nadie contradice es que «Natura abhorret vaccum», es decir, que «la Naturaleza (léase estómago) aborrece el vacío». Cuando huestes del ambicioso rey Picrochole invaden la villa de la abadía de Seuillé, en tierras del padre de Gargantúa, los monjes se refugian en la capilla para entregarse a la oración.
No así Fray Jean des Entommeures el cual, viendo cómo el enemigo «vendimia su viñedo, donde está el vino para todo el año», se preocupa más por el «servicio del vino» que por «el divino». Y afirmando ante el Prior que «jamás un hombre noble detestó el vino», lo que constituye «un apotegma monacal», cae sobre los invasores y él solo acaba con ellos.
El vino figura también de forma prominente en la obra de Thomas Love Peacock (1785-1866), llamado «el epicúreo inglés» cuyas novelas son distintas a todo lo que se ha escrito. Apenas sin argumento, reúnen en una mansión campestre a un grupo de gentes dispares y extravagantes, como (en Headlong Hall) el pesimista, el optimista, el «statu-quo-ista», el clérigo glotón, etcétera; lo cual es motivo para una sátira social y política y también para burlarse de literatos de la época (como Shelley y Southey). En Melincourt aparece el personaje más extraño de todos. Se trata de Sir Oran Haut-Ton el cual, como la pronunciación inglesa de su nombre indica, es un verdadero orangután, criado por un negro y adoptado por Mr. Sylvan Forester. Este rico filósofo lo educa de tal manera que, excepto por la ausencia de lenguaje articulado (o quizá gracias a ella), se comporta y viste el orangután como un perfecto «gentleman» inglés, tocando deliciosamente la flauta y disfrutando del título nobiliario y del escaño en el Parlamento que su benefactor le ha comprado. Bastan, sin embargo, en una ocasión, un par de vasos de vino para que Sir Oran Haut-Ton pierda la compostura y salte por la ventana.
En Melincourt un ala de la mansión ha sido invadida por una colonia de fantasmas. El vicario de la vecindad se propone exorcisarlos y, para ello, se instala en uno de los aposentos armado con una gran empanada de venado, un pequeño libro de oraciones y tres botellas de vino de Madeira.
En Crotchet Castle, el reverendo doctor Folliott declara, como en una reminiscencia ronsardiána, que «disfrutar de tu botella en el presente y de tu libro en un indefinido futuro constituye un delicioso estado de la existencia humana».
Es en The Misfortunes of Elphin que aparece una especie de Falstaff galés, el príncipe Seithenyn, uno de los grandes beodos de la literatura inglesa. «Sed bienvenidos los cuatro», les dice a unos inesperados huéspedes de su mesa; a lo que le responden: «Os damos las gracias, pero sólo somos dos».
Nos quedamos con la sonrisa en los labios y seguramente el deseo de conocer más a algunos de los escritores citados mientras disfrutamos de una copa de vino.