Luis Cañas labrador de un sueño
Luis Cañas recibió el año pasado un emotivo homenaje en conmemoración de su noventa aniversario, homenaje que tuvo como escenario la bodega que lleva su nombre en Villabuena de Álava y contó con la asistencia de más de un centenar de invitados, vinculados personal y profesionalmente al protagonista a lo largo de su fecunda trayectoria como viticultor y bodeguero. Una trayectoria vital que glosaron algunos de ellos en representación de empleados, proveedores, clientes y amigos de la bodega, y ha quedado plasmada en un libro biográfico editado por La Prensa del Rioja y escrito por su director, Javier Pascual.

Blog El Descorche de La Prensa del Rioja
Texto: Javier Pascual / director de La Prensa del Rioja

El bodeguero Luis Cañas, fundador de la bodega que lleva su nombre en Villabuena de Álava, falleció ayer, día 11 de diciembre, a los 91 años. Hace poco más de un año que se celebraba en la bodega una gran fiesta de homenaje, en la que se presentó el libro biográfico ‘Luis Cañas, labrador de un sueño’, que tuve el honor de escribir y editar. Como decía en la introducción de ese libro, cuyo texto resumo aquí, su historia es la de un trabajador humilde, la de uno de esos hombres y mujeres del campo que con su esfuerzo e ingenio han contribuido desde la base a escribir la historia del vino de Rioja, a forjar el éxito actual de esta Denominación de Origen. No hablamos por tanto de una gran gesta empresarial, ni de un personaje con gran notoriedad y reconocimientos públicos, sino de un hombre sencillo, uno de esos ‘cosecheros’ con capacidad emprendedora y visión de futuro, que crearon un pequeño negocio vitivinícola familiar. Dentro de ese amplio colectivo de viticultores y ‘cosecheros’, Luis Cañas supo dar el paso adelante que le convirtió en pionero de la venta del vino embotellado a mediados de la década de 1960, que le permitió dotar de un nombre propio a su negocio y que, en consecuencia, le hizo sobresalir y distinguirse del resto. Por si fuera poco, también supo sembrar la semilla de la pasión por el vino en su hijo, semilla cuyos frutos superan con creces las más altas metas que hubiera podido imaginar.

Forjado en una cultura del esfuerzo, trabajo, constancia y tenacidad, eran cualidades que ya adornaban a aquel joven que sabía buscarse la vida en la tierra que amaba y que no abandonó como hicieron sus propios hermanos y tantos de sus amigos en busca de las mejores oportunidades que ofrecía la ciudad. Luis atendía la pequeña hacienda agrícola con su padre, llevaba jornales a casa como peón de la construcción y ganaba unas pesetas como alguacil del Ayuntamiento de Villabuena. Aquellos años cuarenta y cincuenta fueron tiempos de escasez en España y no se le caían los anillos por recorrer el pueblo corneta en mano voceando el “se hace saber….” con el que empezaban los bandos.

Autodidacta y perfeccionista, Luis era de los que creen que para hacer bien un trabajo te tiene que gustar. Siempre quiso hacerlo todo perfecto, ser el mejor. “Y en eso creo que Juan Luis aún me supera”, reconocía complaciente. Heredero de saberes ancestrales, creía que había cosas que se hacían de una determinada manera por desconocimiento de algo mejor, pero que también hay otras muchas cosas que van a valer para siempre. “Muchos me preguntan si ahora salen los vinos mejor o peor que antes y siempre les digo que mucho mejor de paladar y de todo, incluso más sanos“. Aunque no sin la resistencia propia de su espíritu crítico y exigente, esta adaptabilidad a los cambios que demostraba Luis, su capacidad para ponerse al día y asumir las nuevas formas de entender la viticultura y el vino, fueron una de las claves de su trayectoria personal y profesional, una de las razones por las que su negocio tuvo un mayor desarrollo que el de otros convecinos que partían de circunstancias similares.

En mis primeras visitas a la bodega allá por el año 1990, pude comprobar que Luis era un hombre muy discreto y observador, que había asumido el relevo generacional. Él siempre permanecía en segundo plano, oportuno en sus observaciones, incansable en derrochar elogios sobre la exitosa gestión de su hijo, atento sobre todo a que cada cosa estuviera en su lugar y a que todo saliera perfecto para que el visitante se llevará la mejor impresión. Desde la sombra, su figura se agrandaba, cautivando a todos con el relato siempre ameno de sus experiencias. Un gran narrador de historias, hábil reproduciendo diálogos, intercalando preguntas y utilizando con fluidez un vocabulario salpicado por muchas expresiones propias del uso popular en los pueblos riojanos. En estos últimos años, desde ‘El Mirador de Luis’ -una sala acristalada construida en el viñedo que hay junto a la bodega y desde la que se domina todo el mar de viñas que se extiende hacia el noroeste- contemplaba con indisimulado orgullo los logros de su hijo y recibía con mirada chispeante a su nieto Jon cuando venía de trabajar de las viñas. Entrañable y muy familiar, Luis Cañas era sobre todo un hombre de principios. Una de esas gentes sencillamente grandes.

Ver en el blog

Suscríbete gratis a nuestro boletín.¡Pincha aquí!